Tendemos a pensar que somos el ombligo del universo. No me refiero a los columnistas que pontificamos, que también. Hablo de los que cumplimos años. Lo que creemos universal, para nada lo es tanto. Nos resistimos a identificarnos como adultocentristas. En relación a la muerte del actor Matthew Perry, un amigo, absolutamente consternado, me contaba ayer que un familiar suyo de unos 20 años desconocía quién era Chandler Bing, el personaje más gracioso de la serie Friends, encarnado por el malogrado intérprete. Ocurre algo parecido con aquellas generaciones que me miran raro cuando les hablo de gags de Los Simpson. Y todo ello en una época en la que un medio de tirada estatal ve necesario explicar quiénes son los Rolling Stones, ese desconocido grupo británico que recientemente imprimió su lengua en la camiseta del Barça. Hay universos que viven de espaldas a otros. Tanto es así que he conocido al grupo de jóvenes donostiarras K Convent que una vez al trimestre organizan un evento de k-pop en Kontadores en el que llegan a reunir entre 60 y 100 jóvenes, algo que hoy en día apenas consigue el asociacionismo más militante. Si no hubiese sido porque me los presentaron, es posible que, sin una mirada desprejuiciada, jamás me hubiese acercado a esa galaxia.