Pese a los vergonzosos intentos de coartar la solidaridad con el pueblo palestino en estos difíciles momentos, en incontables pueblos y ciudades de todo el mundo, más allá del universo musulmán, miles de ciudadanos salen a la calle a protestar contra la indiscriminada violencia desatada por Israel tras el ataque de Hamás, que todavía mantiene cautivos a casi 200 israelíes sin que nada se sepa sobre su paradero. La causa palestina sigue despertando en todo el mundo la solidaridad de amplias capas de la sociedad, que simpatiza de forma mayoritaria con su irreductible reivindicación en favor de un estado viable y parangonable con cualquier otro país de las Naciones Unidas. Este amplio apoyo no solo no se traduce en el alumbramiento de una solución justa, sino que la alternativa de los dos estados parece hoy más lejana que nunca, con Israel ganando territorio palmo a palmo y con los vecinos estados árabes cansados y deseosos de normalizar relaciones con Tel Aviv. La creación de Israel como hogar seguro para el pueblo judío tras la traumática experiencia del Holocausto, que culminó una historia secular de maltrato y discriminación, ya no puede ocultar su comportamiento con los palestinos, convertidos en ciudadanos de segunda, a los que se les niega el futuro que los judíos han conseguido en Oriente Medio. El judío es un pueblo viejo, y por lo tanto sabio y con paciencia histórica suficiente para saber que en el tablero de la geopolítica mundial lo que vale es el poder: militar, económico y el que proporcionan los aliados. La popularidad de la causa, que es lo que tiene Palestina, no es suficiente.