Entre los atractivos del mes entrante, en el que casi todo el mundo se toma una pausa, es que incluso lo hacen los pesados que te llaman por teléfono para que cambies de compañía. Hagamos cuentas. ¿Cuántos reclamos comerciales molestos e insistentes como ellos solos ha podido atender a estas alturas del año? Se trata de un ejército bien entrenado, inasequible al desaliento, y que no acepta un no por respuesta, a pesar de encajar por activa y por pasiva la negativa. En realidad, las llamadas publicitarias o, directamente de spam, se acabaron por ley el pasado 29 de junio. Desde esa fecha sólo pueden recibirlas aquellas personas que hayan dado su consentimiento previamente, según la reforma de la Ley General de Telecomunicaciones, que ha dado un año de plazo a las compañías para que se adapten a la normativa. Las empresas que la incumplan a partir de ahora podrán ser multadas, así que mucha atención. El problema, una vez más, es que hecha la ley, hecha la trampa, ya que resulta más que probable que hayamos dado el consentimiento sin ser conscientes de ello, por ejemplo, con los clásicos términos y condiciones del servicio que, por lo general, aceptamos sin leer al completo. Aprovechen la calma, quién sabe si temporal. Tras la tregua de agosto habrá que calibrar el grado de resistencia de la plaga.