En un nuevo ejercicio de corrección política, la editorial Puffin Books ha decidido meter la tijera a las novelas infantiles de Roald Dahl, autor de Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate y Las brujas. Tras el proceso de revisión, Agustus Gloop, el primer niño en eliminarse de la pugna por la gestión de la chocolatera de Willy Wonka, ya no será descrito con el adjetivo “gordo”, sino que Puffin ha apostado por declararlo “enorme”. Aún más, la señora Twit, de la novela Los cretinos, nunca más será considerada “fea”, solo “bestial” y Matilda dejará de leer libros de Rudyard Kipling, escritor de El libro de la selva, y se aficionará a los de Jane Austen, autora de Orgullo y prejuicio. Esta decisión no se aleja en exceso de la tentación que tuvo HBO de retirar de su catálogo Lo que el viento se llevó y de la que hizo efectiva Disney al exterminar de su plataforma Canción del sur al ser ambas herederas de su tiempo, es decir, racistas. El problema de modificar las obras en vez de contextualizarlas y de señalar, quizá, lo poco apropiado de unas expresiones u otras o, directamente, lanzarlas al olvido digital en un mundo en el que escasea el respaldo físico, lo único que consigue es la infantilización del individuo que jamás llegará a darse cuenta de que despreciar a alguien llamándole gordo es cosa de imbéciles.