Vuelvo a pedir perdón por mi inexcusable ignorancia. Pero es que hay cosas que me cuesta trabajo entender. Desde ayer ya no es obligatorio llevar mascarilla en el transporte público. Sí que hay gente bocazas que grita y escupe cuando va de Orio a Zarautz o de Amara a Gros. Vale. Había que tener cuidado. Pero resulta que tras decidir, a cola de pelotón en Europa, que no hay que llevar cubrebocas en buses, trenes, aviones o tranvías, nos dicen que, por precaución, tenemos que seguir llevándolo en centros de salud y farmacias. También vale hasta ahí, porque en un centro de salud o un hospital hay mucha gente muy vulnerable a la que hay que proteger. Lo de la farmacia, sospecho, que caerá por su propio peso, porque si ya no tenemos que llevar la mascarilla para montar en el autobús, creo que se nos va olvidar meterla en el bolso si no vamos a que nos miren la vesícula. Y aquí viene mi pregunta y mi duda de ignorante. ¿Y el dentista? Resulta que en el lugar en el que más tiempo estamos con la boca abierta, echando sangre y escupiendo restos del empaste, los diez minutos que pasamos en la sala de espera los tenemos que pasar con mascarilla. En ópticas y ortopedias no. Los juanetes no contagian pero, vamos, tampoco estar esperando al implante.
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