Haya sido obra de un desequilibrado y antiguo consumidor de drogas o de un lobo solitario alineado con la yihad internacional, lo cierto es que el trágico ataque de Algeciras en el que murió una persona y resultaron heridas otras cuatro es una nueva muestra del riesgo que entraña la posible llegada a la Moncloa de una alianza que bascula entre la derecha extrema y la extrema derecha. Mientras la Iglesia Católica ha reaccionado al ataque de la que ha sido víctima con un mensaje de conciliación, evitando envenenar la convivencia y señalar al colectivo musulmán, la derecha española no ha resistido la tentación de chapotear en el charco donde se mezclan los prejuicios religiosos, el terrorismo islamista y la inmigración. Como todo vale para el asalto al poder, el ataque era una ocasión a no desperdiciar para tirar de populismo aprovechando la conmoción que provocan este tipo de sucesos en la sociedad. Ya sabíamos que Abascal se nutre de esta basura para arrimar el agua a su molino ultra, pero de Feijóo nos habían vendido un perfil que los hechos no lo confirman, por mucho que pretenda vestir la mona con la seda de Sémper. Y es que uno no sabe si es perplejidad o indignación lo que provoca el comentario, luego levemente matizado, de que los cristianos hace siglos que no matan en nombre de la religión. ¿No se acuerda el líder popular de lo que significó el nacionalcatolicismo para separatistas, rojos, republicanos mientras a Franco lo paseaban bajo palio?