Como en otoño es veroño, los mosquitos, avispas e insectos varios, algunos muy malencarados, andan despistados y se piensan que estamos en latitudes tropicales en vez de mirando al Cantábrico. Desde mi más profunda ignorancia sobre el mundo de los bichitos, decir que creo que hay efecto llamada. Este año les toca a unos bastante feos que aparecen por todos los lados y se agarran a la ropa tendida como si no hubiera un mañana. Sin ir más lejos, ayer se montó en una terraza una improvisada cacería para acabar con un bicho a medio camino entre abeja y elefante que cuando se golpeaba contra algo hacía ruido y bastante, se lo juro. Todas andamos un poco alteradas con esto de que parece que tenemos que prepararnos para las vacaciones en Huelva en vez de para comer turrón. Menos mal que en la tele nos lo recuerdan y ya empiezan a sonar villancicos. Pues que suenen, que suenen, que a este paso va ser lo único que nos recuerde que es Navidad. El coste de la vida está subiendo de tal forma que resulta complicado prever dónde está el límite, si lo hay. Y da miedo, mucho miedo, del de verdad. Con el gas y la electricidad a precio de oro se avecinan tiempos muy duros. Cuando no hay ni para comer, no hay ganas para pensar en otras cosas.