El trabajo y, por qué no reconocerlo, también la edad, provoca que la Semana Grande más que disfrutarla, la sufra. Pero hace unos días decidí hacer una excepción y aunque con poco cuerpo de jota me animé a ir al concierto de Kiko Veneno y Ariel Rot. Y no me arrepentí, fue todo un ejercicio de memoria, incluso olfativa. Y es que escuchando el Joselito de Kiko Veneno me pareció volver a oler a cuero, a especias, a té a la menta. Volví a Marruecos, a un país maravilloso que hace casi 30 años conocí por vez primera en un viaje inolvidable, desde Asilah a las dunas de Merzouga. En el camino sonaba Kiko Veneno y no puedo evitar que cada vez que Lobo López sale de su guarida yo, por arte de la magia de la música todo poderosa, me vea asomando la cabeza en la ruta de vuelta por el Rif hacia Chauen. Los olores tan potentes dejan como herencia recuerdos imborrables. Y los olores pintan colores, los colores expanden olores. El azul, el blanco, el amarillo potente, el rojo profundo, el negro de algunas vestimentas, el marrón de los intrincados dibujos de la henna en la palma de la mano, una palma que con 20 años parece abarcar todo. Como en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos. Un mes de viaje en cuatro minutos de música. Gracias.