Hoy es San Ignacio, patrón de Gipuzkoa, pero cada vez son menos los que reparan en ello, mientras que cada vez son más los que no lo saben y no les importa en absoluto. Bien entrados en el siglo XXI, 31 de julio no es más que la fecha que marca el ecuador del verano, que ha llegado como un oasis tras una penosa caminata por un desierto pandémico al que le cogerá el relevo un derrotero lleno de peligros en forma de guerra, inflación, escasez energética, etcétera. Como antiguamente a los malos estudiantes, las autoridades nos están convocando a septiembre para desarrollar todas las medidas que hagan frente al aumento de precios y al racionamiento del gas. Y es que el horizonte asoma tenebroso y más deprimente si cabe que el que tradicionalmente hay que vencer para no caer en el síndrome posvacacional, ese estado que se produce en el trabajador que no consigue adaptarse tras el regreso a la vida activa. De repente el último verano, la inolvidable película de Mankiewicz con Elizabeth Taylor y Montgomery Clift, parece un título apropiado ante lo que se avecina, según aseguran los que más lejos ven. Ahuyentando catastrofismos, evitando caer en el desánimo pero sin tirar la casa por la ventana, en este estío que ha convencido del cambio climático a los más escépticos, no viene mal un poco de carpe diem, que el verano que se va no vuelve. l