Te puedes meter una paliza de espanto en la piscina, entrenar a muerte durante todo el año y tener una técnica depuradísima, pero el mar es otro cantar. Si ruge, apenas eres nada. El mar es una cura de humildad. Te reduce a la mínima expresión en medio de una masa de agua imponente y salvaje –y qué decir si te lanzas a pelo, sin neopreno–, al dictado del vaivén caprichoso de corrientes y giros del viento. Tomar el pulso a la naturaleza se convierte así en una batalla desigual, y ahí reside precisamente la grandeza del reto. Es una aventura cubrir a nado los casi cinco kilómetros y medio de distancia entre el puerto de Pasaia y La Zurriola. Perdidos entre las olas, trazando líneas zigzagueantes que te traen y te llevan, hasta que poco a poco ves asomarse allá al fondo el Faro de Igeldo, y dices: ya va quedando menos. Hablo desde las sensaciones, porque ni idea de tiempos. No llevaba ni reloj ni neopreno. De hecho, nunca había participado en una travesía a nado. Para ser la primera, es un buen atracón. Una prueba exigente que te hace sentirte un poco náufrago en medio del océano. Pero un náufrago muy bien acompañado por la veterana Arantxa Urbieta. Un motor diésel. Una nadadora a la que tanto admiramos, y de la que seguimos aprendiendo.

Llegada a meta, en la Zurriola, de la travesía nado de los balleneros, que sale desde Albaola, en Pasaia. M.M