rontë aún sigue siendo una librería de cuya persiana hablamos en esta esquina hace un par de años. Era la segunda vez que varios desconocidos la abollaban y la desencajaron. En lugar de arreglarla, la dueña, Ylenia, decidió quitar la persiana: solo quedó el cristal con un estor interior. Como no hay valentía para aporrear a pelo un cristal, la aparente debilidad se convirtió en fortaleza y la vida en la librería siguió. Lo hará hasta el final de este mes, cuando se acabarán tres años de lecturas y reflexiones. Debates y conspiraciones fallidas. Presentaciones de libros que sembraron la semilla de otros libros. Iniciativas que enseñaron que una librería es más que un almacén sin alma donde se venden libros. Tanto que una mañana apareció un ladrón de libros que recordó con su golpe que la literatura y la cultura tienen mucho valor. Más aún (otra paradoja), los libros más valiosos son los que nos faltan por leer, no los ya leídos. Pero marzo lo cambió casi todo y en Brontë quedarán por leer muchos libros, ya publicados como los que están por escribir. Brontë aún sigue siendo una librería hasta el día 29. Después bajará la persiana. Sí, la que no tiene. Y dentro quedarán el agradecimiento a una librera que quiso soñar -sueño que fue, aún es y ojalá algún día pueda volver- y la pérdida de lo que el 29 dejará de ser.