El persistente juez Llarena se ha vuelto a quedar con dos palmos narices y casi toda Diestralandia se cisca en los togados italianos han dejado volar libre a Carles Puigdrmont. Enfurruñado, el editorialista de La Razón titula "Puigdemont tiene demasiados aliados", y se lanza a la llantina: "Carles Puigdemont sigue libre y esa es una mala noticia para la democracia. Es un enemigo declarado del sistema que intentó subvertir hace cuatro años en un golpe al orden constitucional que puso en máximo peligro las libertades y la seguridad de los españoles. De momento, en Europa no solo no se han dado por aludidos, sino que han erigido barreras protectoras para un prófugo frente a la Justicia de una nación democrática. Así estamos".

En ABC, Ignacio Camacho, casi más resignado que cabreado, versionea lo que ha escrito en todas las ocasiones en que el resultado ha sido el mismo: "Patada hacia arriba y a otra parte con el litigio garantista. El prófugo puede continuar de momento su confortable vida y hacer turismo por países donde haya comunidades separatistas. Menos Canadá, que le ha denegado el permiso para la visita ahora que la cuestión de Quebec está tranquila".

"La estafa de las euroordenes", titula a voces el editorialista de El Mundo. La tesis es que Europa le toma el pelo a España: "Después de cuatro años de peripecias de Carles Puigdemont por toda Europa -encaminadas a humillar a España y presentar internacionalmente a nuestro país como un Estado represivo-, no serán muchos los españoles capaces de mantener la confianza en los instrumentos de cooperación judicial entre países que se han dado los miembros de la UE, como es el caso de las euroórdenes".

Por ahí va también Miquel Giménez, que antes de mandar literalmente al guano a todos los jueces europeos, anota: "En Europa se pasan por el forro los dictámenes jurídicos de un país como España, aliado y socio. Porque es de traca que alguien acusado y con petición de extradición no sea inmediatamente detenido y puesto a disposición del juez que lo reclama".

Más pragmático, Sabino Méndez le quita hierro al asunto. Y lo hace, como van leer, con peculiar comparación final: "Hoy en día, la significación internacional de Puigdemont es como la del ratero que pasa cíclicamente ante el juez porque ha violado la condicional. Lo de menos es que lo devuelvan a la calle o al talego. El futuro que puede ofrecer Puigdemont a los catalanes es como el sexo en la tercera edad. Tan fiable y duradero como la erección de un jubilado".

Y les voy a terminar, miren por dónde, con un entrecomillado que suscribo. Es un fragmento de la columna de Josep Martí Blanch en El Confidencial: "Europa, esta vez por boca de los tribunales italianos, le ha pintado de nuevo la cara al juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. Llarena empieza a parecerse al conductor que circulando por la autopista, observa asombrado cómo todos los demás vehículos le vienen de frente y aun así es incapaz de atinar que quizás es él quien circula en sentido contrario". Esa es la esencia, opino humildemente.