La historia de Julián de Zulueta y Amondo, un alavés originario del pequeño pueblo de Anúcita que terminó siendo alcalde de La Habana y amasando una extraordinaria fortuna, sería la de un hombre exitoso con una trayectoria ejemplar si no fuera porque sus logros los consiguió gracias en buena parte al tráfico de esclavos. 

Nacido en 1814 en una familia de agricultores alaveses, estudió en Vitoria y a los 18 años viajó a Cuba en busca de un futuro mejor. Allí se encontraba su tío paterno Tiburcio, natural de Baranbio, que había emigrado a principios del siglo XIX, como tantos otros vascos, y que tenía en propiedad en La Habana un almacén de víveres y dos cafetales.

Julián arribó a petición de su tío a la todavía isla española sin dinero, y tras varios años de trabajo en la casa de Tiburcio, que no tenía descendencia, se convirtió en su heredero único y universal con apenas 25 años.

La década de los 40 supuso para el alavés un despegue en su faceta de empresario, pasando de hacendado a comerciante de todo tipo de productos y convirtiéndose en uno de quienes arrebató el poder económico a las antiguas aristocracias de la isla, pero también comenzó a hacerse conocido como negrero. En 1844 compró grandes extensiones de terreno que desembocaron tres años después en la puesta en marcha de su primer ingenio de azúcar propio (finca con plantación, maquinaria y oficinas), al que llamó ‘Álava’. Tras él llegaron otros dos, denominados ‘Vizcaya’ y ‘Habana’.

Esclavos negros y chinos

Para esa creciente producción de azúcar que experimentaba necesitaba abundante mano de obra, y por medio de un primo suyo, Pedro Zulueta, que contaba con una naviera en Londres (Zulueta & Company), se implicó en la trata de esclavos. En esa década de los 40 ya se había labrado una mala fama (sólo en el ingenio ‘Álava’ trabajaban 600 esclavos) que lo llevó a la lista negra de las navieras inglesas, a las que burlaba con su propia flota: utilizaba clíperes, unos barcos muy rápidos gracias a su aerodinámica que eran muy difíciles de interceptar para las patrullas británicas y que podían transportar a cerca de 500 esclavos en sus bodegas. Más adelante su nueva flota le permitiría hacinar a 1.000 en cada vapor.

Supo invertir, diversificar negocios e innovar en tecnología hasta convertirse en uno de los más ricos de Cuba.

Unos esclavos que compraba en el Congo y a los que bautizaba y vacunaba antes de que cruzaran el Atlántico, ya que los consideraba una inversión: eran un negocio muy lucrativo. Se topó con la oposición de Gran Bretaña, que había prohibido la esclavitud y comenzó a ejercer de la abolición denunciando su actividad e interceptando sus barcos, Las intentos del Gobierno británico de detener ese tráfico no acababan de ser efectivos, en parte debido a los tejemanejes de Zulueta con los capitanes generales en determinados puertos pese que el Gobierno español condenaba públicamente el tráfico de esclavos. En 1847 su ministro de Asuntos Exteriores denunció a los diplomáticos españoles el desembarco de 419 negros consignados, entre otros, a Zulueta, que decidió entonces ampliar el ‘mercado’ y convertirse en el principal promotor de otro tipo de trata: la inmigración de chinos, que se vendió como algo legal pero que en la práctica poco se diferenciaba de la trata de esclavos.

Tecnología y modernidad

En los años 50 Julián Zulueta apostó por modernizar sus ingenios y dotarlos de tecnología avanzada y de una mejora de las comunicaciones para poder transportar cómodamente la caña de azúcar y el combustible, construyendo ferrocarriles para llegar hasta las estaciones y de ahí hasta los puertos, de donde zarpaban sus vapores hacia Europa cargados de sus productos y regresaban después con otras mercancías que podía vender más caras en Cuba.

Bautizaba y vacunaba a sus miles de esclavos antes de que cruzaran el Atlántico: eran una gran inversión.

Zulueta llegó a ser detenido en 1853 al llegar 1.200 africanos a La Habana y ser denunciados por el cónsul inglés, aunque fue absuelto. Y en 1863 lo volvieron a sorprender con 1.073 negros. No pisó la cárcel, ya que su dinero y sus contactos le hicieron salir indemne. Unos contactos que también tejía en sus viajes a España, lo que le llevó a mantener negocios de trata clandestina con la reina regente María Cristina de Borbón, que participaba a través de Zulueta and Company.

Política para que nada cambie

El comercio de esclavos todavía cobró mayor importancia tras la Guerra de Secesión americana. Todo ello llevó a Zulueta a involucrarse en política, intentando influir para que nada cambiara en Cuba. Asumiendo el papel de líder de la oligarquía negrera en Cuba, participó activamente en la creación del Casino Español (del que fue presidente), cuyos miembros representaban la corriente españolista más intransigente, negando cualquier posibilidad de reformar la realidad sociopolítica cubana. 

Defendía la férrea unión de la isla a España con la intención de mantener a Cuba como una colonia y de controlar el poder político de la isla en beneficio de sus actividades económicas. Y también para contar con el apoyo del Gobierno español, que era más permisivo con una esclavitud que él necesitaba mantener en Cuba y que lo llevó a oponerse a las corrientes proabolicionistas que fueron surgiendo.

Alfonso XII lo nombró marqués de Álava y vizconde de Casablanca para recompensar su esfuerzo españolista.

Zulueta aprovechó su influencia para presionar a las Diputaciones vascas con la intención de promover cuerpos expedicionarios que colaboraran en la represión de los insurrectos cubanos durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878), lo que llevó a formar dos expediciones de los Tercios Voluntarios Vascos, conocidos como ‘txapelgorris’. En 1876 fue elegido senador por Álava y un año más tarde, nombrado por el rey senador vitalicio.

España recompensó también sus esfuerzos propeninsulares nombrándolo marqués de Álava y vizconde de Casablanca, títulos creados expresamente por Alfonso XII. También fue investido con la Gran Cruz y con el título de Comendador de la Orden Americana de Isabel la Católica y declarado benemérito de la patria.

Alcalde de La Habana

Su acción política en Cuba lo llevó a desempeñar diferentes cargos públicos, como coronel de Milicias, cónsul del Real Tribunal de Comercio, consejero de Administración de Hacienda, presidente de la Comisión Central de Colonización y de los Hacendados y teniente alcalde de La Habana, antes de hacerse cargo en 1974 del Gobierno civil y político de la capital de la isla y de ser nombrado un año después alcalde corregidor. Zulueta aprovechó la popularidad que le regalaba entre la población su labor de empedrar y mejorar calles y plazas, colocar bancos o derribar murallas para hacer negocios personales. Cualquier obra o trámite se realizaba con material y mano de obra contratado a sus diversas empresas, porque sus negocios eran variadísimos: producción de azúcar y miel, inversiones en ferrocarriles y bancos, cobro de alquileres y préstamos, flota de cargamento y pasajeros, almacenes y muelles, el alambique que más tarde produciría el ron Havana Club, el dique flotante de Nueva Orleans, ciudad en la que tenía oficinas además de en Londres y en Cádiz; una fábrica de harinas en Zadorra (Álava) y otra de tejidos en Andoain (Gipuzkoa) y un largo etcétera.

La calle Zulueta en su honor en La Habana (Cuba).

La calle Zulueta en su honor en La Habana (Cuba). Facebook (Havana City)

Tras fundar otros dos ingenios, llamados ‘Zaza’ y ‘España’, su último proyecto fue edificar un centro comercial en los terrenos que había comprado tras derribar las murallas, pero no llegó a verlo, porque en 1878, con 64 años, murió en La Habana a causa de las complicaciones derivadas de una caída de caballo mientras visitaba una de sus propiedades. La capital cubana le dedicó una calle con su apellido, en la que se encuentra la Embajada de España.

La huella de Zulueta en Álava

Aunque sí viajó a Europa en varias ocasiones, Julián de Zulueta no regresó a su tierra a vivir, aunque dejó su huella en Álava gracias a la fortuna que amasó en Cuba. Los once hijos que tuvo con sus tres esposas, Francisca Samá y las hermanas Juliana y Juana María Ruiz de Gámiz, junto a esta última, que era su mujer cuando murió, recibieron su herencia, que en metálico ascendía a más de 200 millones de reales de oro, además de numerosas propiedades.


Algunos de sus hijos se quedaron en Cuba, otros regresaron a Euskadi y otros se asentaron en Madrid, aunque con la independencia de la isla caribeña en 1898 los que quedaban allá se marcharon.


Su viuda, Juana María Ruiz de Gámiz, fundó en 1900 una Escuela Elemental para ambos sexos en Anúcita, el pueblo natal de Zulueta, además de participar en la Fundación del Banco de Emisión y Descuento en Vitoria y realizar diferentes donaciones económicas.


Además, uno de los hijos de Julián, Alfredo, mandó construir (por el arquitecto Fausto Íñiguez de Betolaza) entre 1902 y 1903 en la capital alavesa la mansión familiar, el Palacio Zulueta, en el Paseo de la Senda, que fue la sede de la Biblioteca Sancho el Sabio y de la European Green Capital, y que hoy en día acoge el Centro de Estudios Ambientales, entre otras instalaciones.


Otra de sus hijas, Elvira, que como su madre, Juana María, realizó obras caritativas, fue la responsable de levantar, junto a su marido, Ricardo Augustín, el Palacio Augustín-Zulueta (1912-16), que en 1941 fue adquirido por la Diputación Foral de Álava para instalar allí el Museo de Bellas Artes. Esta construcción representa el estilo y los gustos que tenían las familias más pudientes en aquella época. Los autores fueron los mismos que edificaron la Catedral Nueva, los arquitectos Julián Apraiz y Javier de Luque. Es un edificio ecléctico con elementos decorativos barrocos, románicos e incluso neovascos, con un impresionante jardín.


Y otro hijo, Julián, levantó un hotel, ya desaparecido, en la calle Florida de Gasteiz.


Los restos de Julián de Zulueta, el padre de todos ellos, descansan en la capilla-panteón que tiene en el cementerio de Santa Isabel de la capital vitoriana. Allí fueron trasladados cuando se terminó su construcción en 1882. Una leyenda dice que la estatua del ángel que corona el mausoleo del panteón Zulueta puede mover su brazo y que si señala a una persona ésta morirá en diez días.