ue si los ensayos de la vacuna de Oxford se suspenden por la reacción adversa de un participante, que si la vacuna de Pfizer estará disponible en pocos meses, que si la de Moderna también está muy avanzada... Esto parece la carrera de camellos de las fiestas de Legazpi: las farmacéuticas intentando meter las bolitas por el agujero rojo, los medios de comunicación radiando la competición y el pueblo llano siguiendo la carrera. Mientras esperan a que las farmacéuticas lleguen a meta, y a falta de la vacuna del COVID-19, los vecinos de Urola Garaia han decidido vacunarse contra la tristeza. ¿Cómo? A base de chocolate con churros. Como no pueden salir del pueblo, ni ir de potes, ni juntarse con los amigos, les ha dado por tomar chocolate con churros. ¿No dicen pues que el chocolate es estimulante y afrodisíaco?

Los fines de semana y el jueves (día del churro-pote) se forman largas colas delante de las dos churrerías de la familia Martínez, haga el tiempo que haga. La de Legazpi la regenta Óscar Martínez y la de Zumarraga sus padres, Manuel Martínez y Yolanda Barata.

Esta última comenta que han notado mucho el cierre de los bares. "Las tardes de los fines de semana solo estamos nosotros y las tiendas de caramelos. La gente no puede hacer otra cosa que pasear y, cuando pasan por aquí, paran a comprar unos churros y un poco de chocolate para llevárselos a casa. Con los bares abiertos también trabajábamos mucho, pero lo de ahora es una pasada. La gente viene aquí, porque no tiene a dónde ir. Y porque nuestros churros están muy ricos, claro. Nos comentan que menos mal que nosotros tenemos el negocio abierto".

A la churrería se acerca gente de todas las edades. "Los niños se llevan patatas con ketchup y mayonesa, algodón de azúcar, churros de chocolate, gofres... Tiendas de caramelos tienen durante todo el año, pero nosotros solo venimos para unos meses y nos reciben a gusto. En cuanto a la gente mayor, hay algunos que vienen a por churros todos los días".

Este matrimonio llegó a Zumarraga el día 9 de octubre y permanecerán en la localidad de Urola Garaia hasta el 10 de enero. Después irán a Beasain, para otros tres meses. Su hijo Óscar, en cambio, reside en Legazpi y durante todo el año trabaja allí. En verano, además de churros, chocolate, patatas, algodón y gofres, ofrece helados.

Los Martínez-Barata están muy agradecidos a los vecinos de Urola Garaia, pero ellos también están deseando que acabe esta pesadilla. "Nos acordamos mucho de los hosteleros y desde aquí les mandamos un abrazo. Desde que los bares están cerrados, esta plaza está mucho más triste. Nosotros tenemos también un toro mecánico y lo tenemos parado. Si no fuese por la churrería, estaríamos pidiendo ayudas", concluyen.

Los fines de semana y el jueves, día del churro-pote, se forman largas colas delante de las dos churrerías de los Martínez-Barata