unque en la actualidad la festividad de Todos los Santos no congregue en los cementerios la misma cantidad de gente que antaño, en este día las miradas se siguen posando en los camposantos.

Polloe es el de mayor tamaño de Donostia y de su historia tiene muchos datos Kike Otaegi, quien los ha compartido con NOTICIAS DE GIPUZKOA.

El cementerio se construyó en Egia por decisión adoptada allá por 1875, una vez descartadas las distintas opciones que se barajaban. Se evaluó construirlo en Gros, aunque José Gros consiguió que esta posibilidad fuera descartada con distintos argumentos. También se habló de Loiola y de la zona de Mundaiz próxima al río. Ninguna de estas opciones prosperó y fue en el alto de Egia donde comenzaron las obras en 1876, en los terrenos pertenecientes al caserío Polloe y pese a la oposición de los titulares, Roque Hériz y su pareja María Ignacia de Leizaur, heredera de los Yun, de los que venían las tierras.

¿Pero con anterioridad no había cementerio en Donostia? Claro que sí. Sin contar los que hoy todavía existen, el de Altza (que en aquel entonces era un municipio) y el de Igeldo, existía uno en San Bartolomé. Antes, entre 1813 y 1855, también hubo otro en el barrio de San Martín.

Al nuevo cementerio fueron trasladados en 1878 los restos inhumados en el de San Bartolomé y también en otro cementerio que existió en El Antiguo, ya que por virtud de "un pacto de compensación" se priorizaba el traslado de los restos de los otros cementerios al recién estrenado en Egia.

La construcción de Polloe coincide, destaca Otaegi, con una época en la que desde un elitista ensanche Cortázar se sacaron todas las instalaciones que, siendo necesarias para la ciudad, en cierta manera "afeaban" el Centro. Muchas de ellas, incluido el cementerio, acabaron en Egia.

Posteriormente Donostia pudo contar con otro cementerio. Así se contemplaba en el Plan General de Ordenación Urbana de 1962. Al concurso, evoca Otaegi, se llegó incluso a presentar un equipo del que formaba parte Jorge Oteiza. Ese nuevo cementerio nunca se construyó.

Y con Polloe llegaron a Egia, un barrio al que se sumaron instalaciones "sin control ni previsión", las fábricas de mármol y de "trabajos de cementerio", como Luisa Hermanos, Espender Hermanos, Mariano Ferraz, Tomás Altuna, Eguren, Aguirre y, con posterioridad, Eulogio González y Mármoles Cantabria.

El cementerio que hoy en día conocemos ha sufrido cambios y ha ido evolucionando con el tiempo, reflejando también el relevo en los estilos artísticos y las modas y siendo, cómo no, reflejo también de la clase social de los titulares de los sepulcros. Las capillas tumba y panteones tumba eran los de mayor postín y no era raro que contaran con interiores decorados y preparados para acoger los rezos en la intimidad de las familias más pudientes.

Tanta importancia se le daba a este extremo que en Polloe se pueden encontrar diseños de los arquitectos más destacados del momento, desde Cortázar a Goicoa, con la contribución de los maestros de obra más reputados, como José y Fermín Arzelus y Ramón Bereciartu, entre otros.

En aquel cementerio de finales del XIX existía lo que se denominaba cementerio de los disidentes, donde se enterraban desde personas que no profesaban el catolicismo a ateos, suicidas y niños no bautizados. Este trozo de cementerio en tierra no sagrada, cuyo aspecto poco cuidado difería mucho del resto del camposanto, desapareció en 1895 ante la necesidad de más espacio para el cementerio católico, sumándose en tono a 150 fosas más.

Unos años antes, en 1879, fue cuando se pudo leer, o así le consta a Otaegi, el primer epitafio en euskera en un Polloe que en su historia ha tenido distintos cerramientos y ha estado amurallado o no en función de la coyuntura política vigente. Pero, además, ha crecido. En 1921, cuando la electricidad llegó al cementerio, el Ayuntamiento (Polloe siempre ha sido municipal) compró 18.000 metros cuadrados de terreno, a los que se sumaron 29.000 metros cuadrados más en 1944 con la compra del caserío Moskotegi y sus pertenecidos.

Muchos cambios en un cementerio que en 1961 y 1962 sumó un espacio para los entierros infantiles. Todavía son muchos los que recuerdan cómo se trasladaban los ataúdes de los niños fallecidos, reconocibles por su color blanco.

Con el cementerio llegaron también a Egia los lugares "de duelo", de despedida a los fallecidos fuera del ámbito familiar, donde dar el adiós "público". Recuerda Otaegi que uno se ubicaba en la Equitativa, desde donde en carruajes, que también eran reflejo del nivel económico del fallecido, se llevaban los ataúdes hasta el cementerio. Otra sala de duelo se situaba en Duque de Mandas, probablemente vinculada a la iglesia de Franciscanos, y otra en el inicio de Virgen del Carmen.

Fue también Polloe manifestación de los acontecimiento políticos y sociales. Por ejemplo en 1932, con la II República, se eliminaron los rituales funerarios dentro del cementerio y desapareció incluso la figura del capellán, que se quedó "sin residencia y sueldo municipal".

Se retiró la rotulación religiosa de las calles de su interior y en su exterior se incluyó la denominación de Cementerio Municipal, que acompañaba a la frase (en euskera y castellano) que todavía permanece en la entrada: "Pronto dirán de vosotros lo que ahora decís de nosotros: murieron".

Como nuestros mayores continúan diciendo al pasar por delante del camposanto, "que nos esperen muchos años".

Antes de que se construyera el cementerio de Polloe, existieron en Donostia los de San Bartolomé, San Martín y el del barrio de El Antiguo