l entusiasmo con que se recibió el advenimiento de la República el 14 de abril de 1931, pronto comenzaría a transformarse, para muchos republicanos, en desencanto. El concepto laico de la política y del estado fue entendido por muchos como abierta e impunemente anticlerical y generaría una rápida y contundente respuesta por parte del cardenal Segura el 1 de mayo de 1931 que, refiriéndose a la actitud de los católicos ante las inminentes elecciones a Cortes Constituyentes, recordaba con agrado a Alfonso XIII por el apoyo que había prestado a la Iglesia y manifestaba que los católicos no deben abandonar en manos de sus enemigos el gobierno y la administración de los pueblos. El gobierno reprochó al purpurado haber impulsado la violencia anticlerical, declarándole persona non grata invitándole a abandonar España el 13 de mayo.

Con motivo de la inauguración de una sede social monárquica el 10 de mayo, en la madrileña calle de Alcalá se interpretó la Marcha Real, considerándose una provocación e iniciándose un tumulto que obligó a intervenir a la policía; el desorden se extendió luego a otras zonas de la villa, produciéndose un intento de asalto a la sede del diario ABC, repelido por la Guardia Civil, que ocasionó la muerte a dos asaltantes y heridas a otros.

El día 11, estando el Gobierno reunido en Presidencia, llegó la noticia de que un grupo de exaltados había incendiado una residencia de jesuitas en la calle de la Flor; Maura decidió sacar a la Guardia Civil, oponiéndose Azaña diciendo que todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano, según citan en sus memorias, tanto Martínez Barrio, como Maura. Cada cuarto de hora se producía un nuevo incendio; Prieto se desplazó a verlos y regresó indignado, explicando que se trataba de unas cuadrillas de golfos que, para vergüenza de la República, se paseaban por Madrid, impune y descaradamente, solicitando se acabara inmediatamente con aquello; Maura insistió con sacar la fuerza y Azaña con dimitir si se producía un solo herido por semejante estupidez. La inacción gubernamental tendría un balance desolador; más de 100 iglesias y conventos destruidos con todos sus tesoros de obras de arte y bibliotecas, entre ellas la de los jesuitas, la segunda en importancia después de la Nacional. La oleada de ataques a centros religiosos se extendió por Andalucía y Levante; en San Sebastián, grupos de jóvenes, en ocasiones armados con pistolas y porras, custodiaban conventos, colegios y otros centros religiosos para evitar posibles asaltos; mi tío Francisco, Paco, Etxaniz, junto a otros compañeros de la organización juvenil del Partido Nacionalista Vasco, pasaba las noches en el Colegio del Sagrado Corazón, sito entonces en el número 9 de la donostiarra calle de Sánchez Toca, mientras los hermanos Inoxen y Gerardo Bujanda Sarasola, José Luis Bengoetxea Artola, Cacaelo, comandados por Paco Sistiaga, Pintxo, custodiaban la parroquia del Antiguo, por citar algunos ejemplos.

En este ambiente de inestabilidad social explota el conflicto pesquero en el barrio pasaitarra de Trintxerpe, sede de una importante colonia de emigrantes gallegos dedicados mayoritariamente a la pesca del bacalao.

Los marineros en huelga decidieron trasladar sus reivindicaciones a la capital el 27 de mayo de 1931 (hoy se cumplen 90 años), iniciando una marcha de protesta a cuya vanguardia colocaron a sus mujeres e hijos; en el Alto de Miracruz o de Vinagres, donde estaba la taberna Arzak, hoy conocido restaurante, un piquete militar trató de impedir el paso a los manifestantes, pero, primero los niños y mujeres y luego el resto del contingente, se fueron colando ante la pasividad de la tropa que era jaleada y aplaudida por los gallegos.

Al llegar al barrio de Ategorrieta, les esperaba una sección de la Guardia Civil que después del toque de atención, abrió fuego al aire sin lograr disolver la turba; el segundo disparo causó los primeros muertos y heridos; la confusión, los golpes y carreras se trasladaron hasta el Bulevar donostiarra, donde tranvías, escaparates, veladores y mobiliario urbano, fueron pasto de las llamas u objeto de destrozos. Los miqueletes de la Diputación, una compañía de Infantería del Tercio Viejo de Sicilia y otra de la Guardia Civil, consiguieron sofocar los graves incidentes a últimas horas de la noche.

Mi aitona, don Mauricio Echaniz Narvarte, nos contó en repetidas ocasiones la anécdota de la que fue testigo sobre la actuación de un guardia civil que, desmontando del caballo, puso rodilla en tierra, apuntó con su mosquetón a un manifestante que se había refugiado tras un árbol del Bulevar, disparó y la bala, atravesando el tronco, impactó en el marinero, quedando postrado en el suelo.

Aquellas alteraciones se saldarían con seis muertos y numerosos heridos atendidos en clínicas particulares y en la Casa de Socorro, donde a partir de las diez y media de la mañana y hasta las seis de la madrugada del día siguiente, atenderían a seis varones y una mujer, heridos de bala, uno de ellos con dos impactos, con edades entre los 24 y 34 años, todos marineros, salvo la fémina que declaró dedicarse a sus labores, e infinidad de contusionados, entre ellos un miquelete, heridos con cuerpos extraños en manos u otras partes del cuerpo, fracturas y diversas heridas.

Pero estos hechos luctuosos no fueron los únicos y se salpicaban por distintos puntos de la geografía; la quema de conventos, el hostigamiento salvaje al culto religioso y sus servidores, la promulgación, obligada por otro lado, de la Ley de Defensa de la República y otras circunstancias, provocan el aldabonazo de José Ortega y Gasset en el diario Crisol el 9 de septiembre: ¡No es esto, no es esto!

Doctor en Veterinaria