sta Semana Santa no veremos procesiones, aunque en Donostia se dejaron de ver hace ya muchos años. Concretamente fue en 1970, bajo el mandato de monseñor Jacinto Argaya (obispo de Donostia de 1968 a 1979), cuando se suprimieron "debido a la secularización que se estaba dando sobre todo en la capital", explica Edorta Kortadi, sacerdote y crítico de arte. Se mantuvieron en otras localidades de la provincia como Hondarribia, Azkoitia, Alegi o Segura, donde a día de hoy, salvo este año, se siguen celebrando con fervor.

"Principalmente había dos procesiones en Donostia: la del Buen Pastor y la de San Vicente. La primera salía el Jueves Santo y participaban curas, militares y fieles, y se sacaban cuatro pasos. El Viernes Santo era el turno de la procesión de San Vicente", recuerda Kortadi.

Con la supresión de las procesiones, muchos de los pasos que se paseaban por las calles donostiarras fueron regalados "generosamente", y a día de hoy varios de ellos están expuestos en el museo Arrese de Corella (Navarra). "Me consta que años después se hizo algún intento por recuperarlos, pero no fue posible", afirma. No obstante, a día de hoy algunas iglesias de la ciudad siguen conservando estas obras que, en cualquier caso, será posible volver admirar cuando acabe el confinamiento y los templos vuelvan a abrir sus puertas.

Paso viene del latín passus, que significa escena o sufrimiento. El paso procesional, por su parte, es el conjunto de una plataforma sobre la que descansa una imagen evangélica. La basílica de Santa María conserva uno de los que salía en la procesión del Buen Pastor. Se trata del que representa el Descendimiento de Cristo de la cruz, también llamado Gran Paso. "Este paso es obra del escultor Juan Alonso Villabrille y Ron, nacido en Asturias en 1663. Ha sido varias veces restaurado y se trata de una obra bastante importante, correspondiente al Barroco y que ha sido solicitada en más de una ocasión para alguna exposición".

En San Vicente, por su parte, los pasos que se conservan son anónimos y realizados en el siglo XIX, lo que, en palabras de Kortadi, "significa que son obras de taller sin apenas rasgos de personalidad". No obstante, todas estas piezas, colocadas en altares, gozan de la devoción de los fieles que acuden a rendirles culto depositando flores y rezando ante ellas. "Una de las más apreciadas es La Dolorosa, que suele cubrirse con un manto bordado con hilos de oro. Este ornamento se realizó en el siglo XX, y fue gracias al patrocinio de Casa Nicolasa".

Sin salir de San Vicente, Kortadi insiste en repararen un Ecce Homo, obra del escultor donostiarra Felipe de Arizmendi (1669-1725): "Arizmendi es un escultor realista de enorme categoría. El Ecce Homo de San Vicente es una figura de un Cristo sentado, con corona de espinas y rostro sereno. En Santa María se conserva otro Ecce Homo de Arizmendi, pero en este caso la figura está de pie".

San Vicente alberga otros muchos tesoros a nivel artístico. El retablo del altar mayor es mayoritariamente obra de Ambrosio Bengoetxea (Alkiza, 1551- Asteasu, 1625), quien era sordomudo, característica que se aprecia en su obra donde los personajes hablan con las manos. La parte baja del retablo corresponde a Joanes Iriarte (?- 1595, Hondarribia) y suya es una de las escenas más interesantes: "Es la pieza más importante del Renacimiento que queda en Gipuzkoa y muestra una escena de la Última cena", apunta el crítico de arte.

Son muchas y a menudo desconocidas las obras de alto valor que atesoran las iglesias donostiarras. Además de las mencionadas en San Vicente, en la basílica de Santa María destacan una cruz de alabastro de Chillida, "tasada en muchos millones", según Kortadi, y un portapaz del siglo XII: "El portapaz es un objeto que se utilizaba para dar el ósculo de la paz. Lo portaban los monaguillos y los fieles, tras besarlo, depositaban ahí una limosna. Este portapaz se lo regalaron al obispo Argaya y es la pieza más antigua que se conserva en Santa María", explica.

En el Buen Pastor se conserva otra cruz obsequiada por Chillida en los tiempos más convulsos. "Denominada Cruz de la paz, Chillida dejó esta obra inacabada intencionadamente, porque en el momento de hacerla Euskadi aún no estaba en paz".

Volviendo a los pasos de Semana Santa que aún se conservan en las iglesias de Donostia, además de los mencionados de la Parte Vieja, en las iglesias de Bidebieta y Añorga Txiki también se conservan algunos, aunque son obras mucho más recientes. "Estas piezas corresponden a la Resurrección de Cristo. Se trata de un Cristo vivo, que presenta los estigmas propios de la Pasión", explica Kortadi. El escultor guipuzcoano Lorenzo Askasibar (Elgeta, 1930) es el autor del primero, mientras que el de Añorga Txiki es una obra del iruindarra Juan José Aquerreta (Pamplona, 1946).

Se conservan pocos de los pasos que salían en las procesiones de Donostia, ya que muchos fueron regalados "generosamente"

El retablo del altar mayor de San Vicente, obra del escultor Bengoetxea, alberga piezas realmente interesantes a nivel artístico

La basílica Santa María guarda la pieza más antigua: un portapaz datado en el siglo XII que le regalaron al obispo Argaya