El prácticamente extinto oficio de farero es el recuerdo de un pasado en el que los faros representaban un emblema de los lugares en los que se ubicaban. Fueron, y lo siguen siendo, sinónimo de seguridad. Cuando en el siglo XIX los marineros de Euskadi llevaban a cabo grandes rutas comerciales y labores de pesca, los faros eran indispensables para que llegasen a casa a salvo.

“Eran una señal marítima vital, y los fareros se encargaban de su mantenimiento. En aquella época era un trabajo completamente manual. Los fareros vivían en el interior del faro con sus familias. En ocasiones llegaban a convivir tres familias, y los trabajadores realizaban turnos de 8 horas”, comenta Iñaki García Arnáez, tesorero de la Asociación Cultural Amigos de los Faros de Euskadi.

García señala que el oficio sufrió una transformación en la década de los 40 del siglo pasado, cuando entró en juego la electrificación y las labores manuales pasaron a un segundo plano: “Las tareas básicamente se centraban en la gestión de los faros y en su correcto funcionamiento. Además, ya no se utilizaban únicamente para señalizar los peligros de la costa o iluminar a los marineros en su entrada a puerto, sino que se convirtieron en estaciones meteorológicas que indicaban las temperaturas más elevadas y bajas del día o la cantidad de agua que caía en caso de lluvia”. 

La desaparición de la profesión

La progresiva tecnologización y automatización de los faros provocó que durante las últimas décadas el oficio fuese perdiendo relevancia, hasta llegar a su situación actual, prácticamente desaparecido. A nivel estatal hay 20 personas que lo ejercen, mientras que en Gipuzkoa hay un único responsable de los siete faros existentes en el territorio. Pablo Zimmermann es el encargado de coordinar el faro del Cabo Higuer (Hondarribia), los de Senekozuloa y la Plata (Pasajes), el de la Isla Santa Clara y el monte Igueldo (Donostia), el faro de Getaria y el de Zumaia. 

En vista del panorama que vive esta profesión, García opina que en un futuro próximo desaparecerá por completo: “En el Estado no han salido oposiciones de farero desde los años 90 y, con total seguridad, no volverán a realizarse. Son las empresas de mantenimiento las que han cogido el testigo y aseguran su funcionamiento día y noche”, apunta.

Patrimonio cultural

García considera fundamental que se les dé a los faros la importancia cultural e histórica que merecen: “Son símbolos de sus respectivos territorios, de modo que deberían ser espacios abiertos y accesibles. En Euskadi no se puede acceder a su interior, ni realizar visitas completas. Por eso, desde nuestra asociación demandamos que estén abiertos al público. Su atractivo es inmenso, no solo para los turistas sino también para la población local. Son trocitos de nuestra historia. En este aspecto, tanto Francia como Portugal deberían ser un ejemplo a seguir, ya que permiten el acceso a sus faros”, señala.

Asimismo, García cree que su utilidad “se mantiene completamente vigente. Muchas veces los marineros nos cuentan que, independientemente de la tecnología de la que disponen sus barcos, no se sienten seguros del todo hasta que ven el faro, la señal inequívoca de que han llegado a su destino. Además, cada faro tiene una iluminación propia, lo que les sirve para saber el lugar concreto en el que se encuentran". Por ello, García tiene muy claro lo que deparará el futuro en este aspecto: “Los faros siempre estarán con nosotros. Su trascendencia se mantendrá viva”, concluye.