Ha habido estos últimos días una sensación extendida en Gasteiz de que la ciudad se encuentra a medio gas. Pero ayer, 4 de agosto, bastó con que el gran emblema de estas fiestas reapareciera en escena como mejor sabe, volando desde la torre de San Miguel con rumbo fijo hacia su casa nueva, para que, como por arte de magia, todo regresara a su cauce. Vitoria no estaba muerta, desde luego que no. Solo se preparaba para empezar su gran parranda.

El culpable fue Celedón, faltaría más. Un nuevo Celedón, el encarnado por primera vez este 2024 por un sobresaliente Iñaki Kerejazu, que desató la diversión en una plaza de la Virgen Blanca abarrotada y entregada, también achicharrada bajo el sol, ansiosa por dejar de lado al menos por unos pocos días los problemas y las preocupaciones. Concretamente, por 127 horas de fiesta y de actividades para todos los gustos y públicos que vivirán su jornada grande hoy, un día de La Blanca marcado por el regreso a las calles de la capital alavesa de las cuadrillas de neskas y blusas.

Poco más se pudo pedir al arranque festivo. A medida que se acercó la hora del txupinazo y, en consecuencia, del regreso a Vitoria del querido aldeano de Zalduondo, el centro de la ciudad y sobre todo la Virgen Blanca comenzaron a abarrotarse hasta casi no tener espacio para un alfiler.

Debutante

Abanicos, gorros, sombreros de paja, pistolas de agua de todos los calibres y cualquier superficie medianamente consistente reconvertida en parasol sirvieron a las miles de personas reunidas para protegerse. Fue, también, un txupinazo marcado por la solidaridad con el pueblo palestino, expresada por las numerosas banderas repartidas entre la gente.

A falta de botellas de vidrio, vetadas en la bajada de Celedón desde el año 2017, las garrafas de agua, rellenas también en muchos casos de kalimotxo y otros variados brebajes, o las cervezas y refrescos en lata fueron algunas de las opciones más repetidas entre la multitud.

Las Dj Rosamari, que también formaron parte del cartel del txosngune en la apertura del sábado, fueron las encargadas de poner a la gente a bailar. Y vaya si lo consiguieron, especialmente con hits recientes como Potra Salvaje –de Isabel Aaiún–, otros algo más clásicos como Titanium –de David Guetta y Sia– e himnos imperecederos como el Txoria Txori de Mikel Laboa.

La hora de la verdad se acercaba, los nervios comenzaron a aflorar entre saltos y cánticos hasta que el reloj marcó las 18.00 horas e Icíar Ortiz de Urbina, presidenta de la Federación Centros Regionales de Álava, prendió la mecha del cohete y dio paso al éxtasis festivo.

La versión no humana de Celedón inició su mágico descenso desde San Miguel y completó el trayecto en poco más de cinco minutos, dando paso a uno de los momentos sin duda más esperados del día. La primera aparición del aldeano, ya encarnado por Kerejazu, desde el balcón de su casa nueva. La puesta en escena del debutante fue arrolladora, radiante, paraguas en mano –como siempre– y puro en la otra –como novedad respecto a su predecesor–, y se dispuso a completar el recorrido hasta la balconada abriéndose paso entre la multitud.

Parecía, a priori, que lo iba a tener fácil, pues sus acompañantes lograron abrir un enorme pasillo para facilitarle el tránsito. Entre ellos, abriendo paso, su aita Javier, uno de los fundadores de la cuadrilla Hegotarrak. Avanzó el joven, no sin dificultades –incluso estuvo a punto de perder la txapela–, pero logró cruzar la Virgen Blanca en menos de tres minutos  y acceder a la balconada y presentarse de nuevo ante el gentío en justo 6 minutos y 27 segundos. Antes de ello, regaló un emotivo abrazo a su, seguro, orgulloso aita.

Ya en la balconada, Celedón impuso el pañuelo festivo por primera vez solamente a tres personas, a diferencia de lo que ha sido habitual en los últimos años, en los que el aldeano de Zalduondo se lo colocaba a todas las personas del colectivo que lanzaba el txupinazo. En esta ocasión se lo puso, en este orden, a la alcaldesa Maider Etxebarria, a la responsable de Cultura en el Ayuntamiento, Sonia Díaz de Corcuera, y a la propia Ortiz de Urbina, lo que permitió agilizar el acto y que la espera de las miles de personas congregadas en la plaza no fuera tan larga.

Lo mejor, por llegar

Lo mejor, sin duda, estaba por llegar. Kerejazu, tras más de media vida acompañando a su predecesor en su camino hacia la balconada, tras haber sido incluso Celedón Txiki, tomó por primera vez el micrófono para dirigirse a la multitud y demostrar que su nueva responsabilidad, y vaya responsabilidad, le viene como anillo al dedo.

Con aplomo y voz firme, sin titubeos y dando protagonismo al euskera, Celedón lanzó goras a la ciudad, a sus fiestas, al propio aldeano de Zalduondo y a todas esas personas que lo recibieron con los brazos abiertos.

Un discurso, también, de agradecimiento “por la acogida” a todo el pueblo de Gasteiz, de recuerdo a quienes ya no están –un momento en el que Kerejazu se emocionó visiblemente– y de reivindicación de unas fiestas libres de violencia machista. De unas vidas libres de violencia machista. “¡Si no sabes respetar, no vengas!” Más claro el agua. En poco más de quince minutos, llegó la hora de despedirse y de que la fiesta comenzara a repartirse por las calles de todo el centro de la ciudad.