Decenas de obladas, conocidas como bustanbeltzas, salen a nuestro paso poco después de la inmersión en aguas de la bahía. No hace falta desplazarse a ningún destino paradisíaco para advertir el ir y venir de este tipo de bancos de peces de vida gregaria. Bucear en torno al espigón de La Zurriola o en la parte trasera de la isla Santa Clara es suficiente para descubrir la riqueza del ecosistema donostiarra, donde habitan más de 300 especies marinas.

Jokin Guilisagasti, que acaba de llegar a puerto, sabe mucho de buena parte de ellas. El arrantzale amarra su embarcación, el Satanás Bi, y comienza a seleccionar cangrejos para el palangre. Es el tipo de pesca artesanal que emplea para hacerse con especies como las cabrarrocas que acaba de capturar. “Objetivo cumplido por hoy”, dice mientras cierra las puertas de los viveros donde los peces -entre los cuales hay también un durdo pinto, una maragota y un karkajal- “descansarán del viaje” durante dos días antes de llegar al Aquiarium, su destino final.

Este arrantzale de 65 años, cuarenta de ellos en la mar, es una de las personas que mejor conoce la evolución de las especies vivas que habitan la costa. Al cabo del año captura unas 60 distintas, entre peces e invertebrados. El marinero trabaja para el Palacio del Mar de Donostia, que le encarga ejemplares que luego son expuestos vivos en el museo. El Aquarium necesitaba cabrarrocas, y el pescador las proporciona con todo el cuidado del mundo.

Aunque habitualmente utiliza anzuelos a los que corta la punta para no dañar a los animales, -“como si fueran un piercing”- en este caso los cabrachos han sido capturados con trasmallo, un arte de enmalle fijo al fondo. “No se suele utilizar porque la red puede estropear las escamas de los peces, pero en este caso, con las cabrarrocas sí es aconsejable porque tienen la piel dura”, explica el arrantzale, que habla de un sinfín de especies que pasan inadvertidas.

Medio centenar de especies de cangrejos

Como muestra, dice, los diferentes tipos de cangrejos que existen. A ojos del bisoño usuario de playa pueden parecer todos iguales, pero en el litoral costero existen nada menos que medio centenar. “Creemos que solo están en las piedras, pero hay cantidad bajo la arena”, asegura el arrantzale. Habitan en un fondo que es el sustento de la vida marina. Un lecho sometido a cambios durante las últimas décadas, “y nunca son para mejor”.

Algo que se advierte con la paulatina desaparición de algas Gelidium, esos bosques submarinos de color rojizo tan característicos de la costa cantábrica. Una estampa muy habitual estos años atrás bajo puentes y viaductos donde se suelen depositar para su secado. Su extracción con fines comerciales tiene larga tradición. “Están en franco retroceso, y en cambio se observa que avanzan otro tipo de algas invasivas”, señala el arrantzale, que alude a las centroceras que estos días se ven a orillas de la Zurriola.

El constante retroceso del Gelidium tiene un impacto directo en el ecosistema. Supone, advierte el marinero, una amenaza latente para especies como la momarra, que pone huevas bajo estas algas y es cada vez más escasa, algo que “parece guardar directa relación con los cambios que se están produciendo en el fondo marino”.

Los barcos de artes menores, como el Satanás Bi, son una fuente de conocimiento imprescindible de lo que viene ocurriendo con esas especies que ponen colorido a las pescaderías, sobre las cuales no hay estudios científicos de fondo “porque no movilizan grandes cantidades de dinero”.

Así lo refleja Guilisagasti: anchoa, atún y bonito. Son las tres especies sobre la que se han centrado los estudios durante los últimos años, ya que sobre ellas pivota la economía de flotas pesqueras importantes que dan trabajo a tantas familias. Gracias a estos estudios se conoce bien su índice de reproducción y su evolución. ¿Pero qué ocurre a tan solo tres o cuatro millas?

Es el hábitat natural de merluzas, lubinas, doradas, salmonetes, rodaballos o lenguados. Y el panorama que pintan los barcos de artes menores no invita precisamente al optimismo . “El rodaballo, por ejemplo, vemos que año tras año va a menos. Antes era habitual llegar a puerto con dos cajas. Hoy si vienes con una pieza, tan contento”, señala.

También han constatado el retroceso de poblaciones de salmonetes y cabrarrocas, aunque hay excepciones. “El karkajal que parece haberse adaptado al nuevo hábitat y cada vez se pesca más, tanto con red como con anzuelo”, asegura el marinero, mientras continúa con su labor de seleccionar a los cangrejos para la pesca de esas especies que tan bien conoce.