En Tolosaldea es pecado mortal subir a Izaskun y bajar sin comer una ración de croquetas en el restaurante, tanto que desde su cocina han llegado a salir un domingo de buen tiempo hasta dos mil unidades. Lamentablemente, quedan pocos días para disfrutar de sus famosísimos fritos, porque el restaurante Izaskun de Ibarra, testigo de centenares de bodas, comuniones y bautizos de muchas generaciones de la comarca, cerrará sus puertas el próximo 9 de diciembre tras haber sido regentado durante 60 años por la familia Amondarain-Lizarribar.
Los hermanos llevan varias semanas con las emociones a flor de piel, un tanto nerviosos, pero con la sensación de haber trabajado siempre para satisfacer a su clientela. "Lo primero ha sido el cliente y nos vamos con la tranquilidad de saber que la gente aquí se ha sentido como en casa", manifiestan al unísono. La mayor de todos ellos es Mª Carmen, y le siguen Josetxo, Mª Angeles, Iñaki, Pili, Mikel e Ixiar.
Fueron sus padres, Andres Amondarain Rezola, del caserío Artetxe de Izaskun, y Jesusa Lizarribar Goenaga, de Altzo, los que abrieron el bar en el año 1958. "Éramos nueve hermanos, aunque han muerto dos, y un tío les dijo a nuestros padres que deberían abrir un bar para dar un futuro a los hijos. Se decidieron y abrieron un bar en la bajera de la casa", recuerda Mª Carmen, que vive en Belauntza.
Al principio solo existía el bar, pero ya empezaron a dar bodas en la parte de arriba, donde había una terraza. "Había unas escaleras estrechísimas y todavía no me explico cómo lo hacíamos para subir y bajar por allí todas las bandejas con la comida para el banquete", se ríen los hermanos.
En 1972 decidieron ampliar el local y se construyó un comedor contiguo con hermosas vistas. Mª Carmen recuerda que una vez vino una familia desde Cáceres, que se quedó embobada mirando el paisaje desde el mirador: "le pregunté qué quería para comer y me dijo que no, que más importante que la comida era admirar los montes".
La década de los 80 fue memorable para el restaurante de Izaskun en cuanto a bodas y celebraciones familiares, y se convirtió en un comedor muy solicitado por las parejas. No hay cuadrilla en Tolosaldea en la que ningún miembro no se haya casado en este restaurante, pero también fue el lugar elegido por numerosos matrimonios de la zona de Lasarte-Oria, Andoain y Leitza. Mucho han cambiado las costumbres desde entonces; en los 80 no había wedding planner, ni servicio de catering ni Dj. En el menú se estilaban los entremeses fríos y calientes, el consomé y el lenguado a la menier, y nunca faltaba la música de la orquesta. Kaxiano animó muchos de los enlaces que se festejaban en Izaskun. "Llegábamos a tener boda el viernes, boda el sábado al mediodía y boda el sábado por la noche. Teníamos que echar a los invitados con la escoba, porque de lo contrario no se iban...", admiten. Josune, la esposa de Josetxo, que siempre ha trabajado en el negocio familiar, recuerda que un sábado en plena temporada de bodas se metían a la cama a las 4 de la madrugada: "teníamos hijos pequeños y al día siguiente había que atenderlos y abrir el restaurante otra vez".
Josetxo, su marido, asegura que la ingesta de alcohol era mucho más acusada en los convites de hace unas décadas. "Antes de entrar al comedor en la barra del bar muchos ya se ponían hasta arriba de vermús. En el banquete se bebía muchísimo vino y champán, y en las mesas no se ponía agua, porque casi daba vergüenza beber agua", aseguran los veteranos hosteleros.
El anecdotario de los Amondarain-Lizarribar da para escribir un libro. Recuerdan una vez que llegaron invitados desde Madrid en una boda celebrada por Sampedros. A ninguno le faltaba el abrigo pensando que en norte haría frío, pero el día les sorprendió con un bochorno horrible de más de 40 grados. "Tuvimos que meter a los niños en la bañera para refrescarlos un poco y todos salieron asfixiados al hierbal a tomar el aire. Los que pasaban por aquí pensaban que la comida les había sentado mal ¡o que los habíamos envenenado!", rememoran entre carcajadas los hermanos.
La familia ibartarra ha hecho santo y seña de la cocina clásica y alarde del recetario de toda la vida. En pocos restaurantes se pueden comer platos tan honestos como la sopa de pescado, la merluza en salsa o los callos del restaurante Izaskun. "No hemos innovado en la carta, porque la gente viene aquí para comer los platos tradicionales, creo que es eso lo que la gente valora de nuestra cocina", reconoce Pili.
Las croquetas: una leyenda El secreto mejor guardado ¡A que me como 80 croquetas!
El merecido retiro de los Amondarain-Lizarribar se llevará consigo la receta de las famosísimas croquetas de Izaskun. Iñaki, encargado de la cocina, responde a la pregunta que le ha perseguido todos estos años y asegura que las ilustres miniaturas de Izaskun "no tienen secreto", solo hay que "darle mucho a las varillas", insiste, y utilizar género de primera calidad. "Utilizamos buena harina, que es italiana, mezcla de mantequilla y margarina, nunca aceite, y es importantísimo cocinar mucho la masa", detalla el cocinero.
Para pincharle, últimamente hay quien le dice a Iñaki que las croquetas llevan "poco jamón" y que cada vez "son más blancas", pero él, jocosamente, les contesta que "son del Real Madrid".
Llevan años elaborando fritos sin parar, casi sin horarios y, eso sí, es costumbre servirlas siempre por unidades. Empezó la tía Joxepi, que las elaboraba a mano y las envolvía ayudándose de dos cucharas mientras rezaba el Rosario. "Cuando empezaron no tenían ni idea de hostelería, pero las croquetas cogieron mucha fama y nos ha venido gente de muchos sitios queriendo probarlas, desde Gipuzkoa y desde más lejos también. En Internet siempre alaban nuestras croquetas y la verdad es que es motivo de orgullo para nosotros", admite Pili.
El restaurante ha sido una auténtica fábrica de elaboración de croquetas. Los días de buen tiempo, el sábado y domingo, ha sido durante seis décadas acercarse a Izaskun después de dar una vuelta por el monte y han llegado a servir más de 2.000 fritos en un solo día.
A lo largo de la historia del restaurante ha habido muchas apuestas, pero recuerdan que una vez un chico aceptó el desafío de comerse 80 croquetas, lo que calculan que puede suponer más de dos kilos de masa. "El muchacho vino sin comer, pensando que era mejor para ganar la apuesta, pero fue peor y con el estómago vacío se puso malo y no pudo terminarlas...", recuerdan los hermanos Amondarain. Sin embargo, reconocen que hay mucha gente que se come diez croquetas sin pestañear. En el restaurante de Izaskun no quieren que nadie se quede sin comer "las últimas croquetas", por eso el 9 de diciembre todo aquel que se pase por su casa se le servirán tres croquetas, las croquetas de la despedida.