Síguenos en redes sociales:

La duquesa de Alba, atrapada en Brinkola

Corrían los años 70. Era invierno y estaba cayendo una gran nevada. Un tren se quedó atrapado en Brinkola. En él viajaba la duquesa de Alba, que tuvo que pasar la noche en este barrio de Legazpi.

La duquesa de Alba, atrapada en Brinkola

Brinkola es mucho Brinkola. Este pequeño barrio rural de Legazpi puede presumir de acoger la última estación de la línea de cercanías de Gipuzkoa, un puente de siete ojos, un túnel de más de tres kilómetros y un embalse. Incluso puede presumir de haber acogido a la duquesa de Alba. Vino en ferrocarril, por supuesto. Cayó una gran nevada y su tren se quedó atrapado en Brinkola. Carlos Madina, que por entonces regentaba el bar situado frente a la estación, conoce bien los detalles de aquel suceso.

La familia de Madina se dedicaba al transporte de personas y mercancías por carretera, mediante autobuses y camiones. Su empresa, La Oñatiarra, tenía la concesión de las líneas Oñati-Arantzazu y Oñati-Brinkola.

En este barrio de Legazpi conoció a la que es su mujer, Carmen Iñurritegi, de la familia del bar situado frente a la estación. Se casaron y se afincaron en el establecimiento hostelero. Su hermano, Javier, se casó con otra hija del bar: Pilar.

Madina recuerda bien la noche en la que el tren en el que viajaba la duquesa de Alba se quedó atrapado en Brinkola. “Hubo una gran tormenta de nieve y cayeron varios postes del ferrocarril. Los trenes tuvieron que parar y uno se quedó atrapado en Brinkola. El interventor vino a nuestro bar y nos dijo que en el tren viajaba gente que iba a París. Nos comentó que les parecía problemático que mujeres y hombres pasaran la noche juntos y nos pidió ayuda. Le dijimos que en nuestra casa teníamos cuatro habitaciones, pero que con eso no solucionábamos nada. Entonces, nos dirigimos al cura, Don Miguel Iturbe, y le explicamos lo que sucedía. Encendió las estufas y acogió a las mujeres en la iglesia”, recuerda.

A la mañana siguiente, los Madina-Iñurritegi recibieron otra visita: la de Jesús Agirre, marido de la duquesa de Alba. “Le reconocí enseguida. Nos dio los buenos días y nos dijo que querían desayunar. Le dijimos que no teníamos corriente eléctrica, pero que habíamos puesto en marcha la cocina de carbón y podíamos hacer café de puchero. Pidió permiso para entrar a la cocina, se sentó en un banco corrido y nos preguntó a ver qué podía pedir. Le ofrecimos chorizo cocido, jamón, queso... Después, pidió permiso para llamar a París. El interventor nos dijo que todo lo que consumiera aquel señor corría a cuenta de Renfe”, cuenta Madina.

Agirre, además de comer y utilizar el teléfono, les explicó por qué viajaban en tren y no en avión. “Nos dijo que su mujer, siendo joven, había tenido un accidente de avión. Desde entonces no había querido volver a volar”.

Mientras tanto, la duquesa había vuelto al tren. “Le pregunté al interventor a ver dónde andaba la duquesa y me dijo lo siguiente: la duquesa anda como una tigresa, va en camisón por todo el vagón”.

Levantando las tapas Ella no quiso entrar en el bar, pero su marido hizo buenas migas con los brinkolatarras. “Incluso nos pidió permiso para levantar las tapas de las cazuelas. Tras hacerlo, nos dijo que le daría rabia que arreglaran la avería antes de que pudiera probar lo que estaban cocinando mi suegra Joxepa, mi mujer y mi cuñada”, recuerda.

Para desgracia de Agirre, así sucedió. “Arreglaron la avería para el mediodía y se fueron bien provistos de queso y jamón, pero no pudieron probar lo que estaban preparando en la cocina. Agirre nos dijo que estaba encantado de habernos conocido y nos dio las gracias. Se portó muy bien. Era un hombre muy educado. Un caballero de los pies a la cabeza”, indica Madina.

La del duque consorte de Alba fue quizá la visita más especial que recibieron, pero por el bar situado junto a la estación de Brinkola pasó mucha gente y de lo más variada. No es de extrañar. Por las estaciones pasa todo tipo de gente y, además, Brinkola es un lugar muy especial: un poblado de película del oeste, pero en verde.

Madina recuerda que tenían muy buena relación con todo el mundo: ferroviarios, oñatiarras que cogían el tren en Brinkola para ir a las playas de Donostia... La estación de Brinkola era muy utilizada también por las empresas de Oñati, Eibar, Azkoitia, Azpeitia...

el alumno de derecho A Brinkola llegaban, por ejemplo, las avellanas y el azúcar que necesitaba la empresa chocolates Zahor de Oñati. “Fíjate si teníamos relación con la gente de Renfe, que llegaron a pagarme un viaje a Madrid e incluso me dejaron llevar una locomotora. Eran como de casa. Recuerdo que un interventor sacó el título de Derecho estudiando en el comedor de nuestro restaurante”.

Por el bar de los Madina-Iñurritegi pasaban también muchos legazpiarras. “Solíamos dar banquetes de comunión y también venía mucha gente a comer a la carta. Por ejemplo, ingenieros de las empresas de Legazpi y Zumarraga. Mi mujer iba todos los días a Legazpi a comprar carne y pescado. El tema del vino lo llevaba yo”.

Pero la estación de Brinkola empezó a caer en desuso y los Madina-Iñurritegi se hicieron mayores. Hace 15 años decidieron cerrar el bar. A pesar de ello, el lugar sigue manteniendo intacto su encanto. Las viejas estaciones conservan en su memoria las historias vividas en ellas. Tanto, que los días de nieve se puede ver a la duquesa paseando en camisón por su vagón.