Donostia 2016 ha traído a Shakespeare a Gipuzkoa. Hace 41 años, el dramaturgo inglés hizo el viaje inverso: viajó de Gipuzkoa a Londres, de la mano de María Teresa Medrano. Esta zumarragarra llevó la traducción al euskera de las obras de Shakespeare a la Biblioteca Británica. Gracias a ella, el autor más universal, la gran biblioteca de su país y el euskera, quedaron unidos para siempre.

Las traducciones que Medrano llevó a Londres son las que realizó el vizcaino Benito Larrakoetxea, amigo de la familia. Este fraile fue el primero que tradujo al euskera la obra que se va a representar hasta el 24 de julio en el parque Cristina Enea de Donostia.

Esta historia no se puede contar sin mencionar a Serapio Medrano, padre de María Teresa. Este navarro de Arbizu, gran euskaltzale, era veterinario de profesión. Antes de la guerra trabajó en Oñati, a petición de los prohombres de esta localidad de Debagoiena.

Cuando estalló la guerra, le castigaron por su militancia a favor del euskera, haciéndole renunciar a la plaza que tenía en Oñati. Le enviaron a Alegi, un pueblo más pequeño, con siete hijos a los que alimentar. Poco después, el hombre que le había denunciado, arrepentido, le pidió perdón y le dio a elegir varias localidades en las que trabajar. Medrano se quedó con Zumarraga, debido a su proximidad con Oñati.

La fortuna se alió con los zumarragarras, pues este hombre dejó un gran legado en Zumarraga. Hombre culto y bondadoso, dio la oportunidad de estudiar a todos sus hijos y dos de sus hijas (Victoria y Josefa) abrieron una academia en el pueblo. Por aquel entonces todavía no había instituto en Urretxu y Zumarraga y, gracias a ellas, cientos de vecinos pudieron estudiar Bachillerato sin salir del pueblo. De otro modo, muchos de ellos se hubiesen visto abocados a dejar los estudios.

La protagonista de este reportaje no dio clases en la academia de su hermana, sino en la escuela que abrió la empresa Esteban Orbegozo para los hijos de los empleados. También trabajó en las oficinas.

En una época en la que la mujer tenía un papel totalmente secundario en la sociedad, Serapio Medrano les ofreció estudios superiores a todas sus hijas. Incluso, tal y como empezarían a hacer las familias varias décadas después, les envió al extranjero a estudiar idiomas.

Teresa pasó dos años en Inglaterra y después, durante varios años, volvió todos los veranos. “Cuando fui por primera vez, tenía 22 años. Eran los años del franquismo y la sociedad inglesa estaba mucho más avanzada que la nuestra. Cuando iba allí, me sentía inglesa. My english was very good! (mi inglés era muy bueno)”, dice divertida esta zumarragarra de 88 años.

La cómplice Así pues, no es de extrañar que Larrakoetxea, gran amigo de su padre, le pidiera llevar sus traducciones de las obras de Shakespeare a la Biblioteca Británica. Ella accedió encantada, por supuesto. Para ello, contó con la ayuda de la que había sido su profesora de inglés y para entonces era amiga íntima: Winnifred Mary Holdsworth. “En Oñati había muchos conventos y teníamos buenas relaciones con todos los frailes, ya fuera porque tenían ganado o por temas de estudios. Todos los años, solíamos celebrar una comida con varios frailes en nuestra casa. Benito Larrakoetxea me pidió que llevara los libros a la Biblioteca Británica y le dije que sí, por supuesto”.

No resultó misión sencilla. “Yo no sabía cómo acceder a la Biblioteca, pero mi amiga, Winnifred Mary Holdsworth, tenía muy buenos contactos. Ella hizo todos los trámites, pero me dijo que me correspondía a mí el honor de dejar los libros. Tras examinarlos, les dieron el visto bueno”.

Medrano dejó cinco volúmenes con las obras de teatro y las comedias de Shakespeare traducidas al euskera. Estos libros tienen también un lugar destacado en la vivienda familiar, al igual que una foto de su amiga y la carta que le enviaron desde la Biblioteca Británica. En la misma, le informan de que los cinco libros entregados han sido aceptados y son muy apreciados y le dan las gracias.

Por supuesto, para la hija del hombre represaliado por su amor a la cultura vasca fue un “honor” dejar las traducciones de Shakespeare al euskera en una de las bibliotecas más importantes del planeta. Era el 18 de septiembre de 1975. El dictador se estaba despidiendo de este mundo y al euskera le daban la bienvenida en la Biblioteca Británica.