Zumalacárregui, alcalde de Donostia
Miguel Antonio, hermano del famoso general carlista, fue regidor liberal de la capital guipuzcoana en 1840 aunque visitó muy poco la ciudad
Desde el año 1937, una de las avenidas de Donostia está dedicada a Zumalakarregi, en concreto a Tomás, el general carlista que adquirió gran fama por la organización de un efectivo ejército compuesto de grupos de campesinos sublevados, que hicieron frente a los liberales. Pero Donostia no ha dedicado ninguna calle a su hermano Miguel Antonio, que fue alcalde de la ciudad durante algo más de un año, desde 1840. Miguel Antonio fue un reconocido jurista y político liberal de la época, mucho más conocido entonces que su hermano Tomás, que falleció con 47 años, tras ser herido en una pierna en una batalla, cinco años antes de que el político liberal se ocupase de la ciudad de Donostia.
Los detalles de la vida de Miguel Antonio, quince años mayor que el que fuera general carlista, son objeto de una biografía escrita por el historiador Mikel Alberdi, responsable del Zumalakarregi Museoa, de Ormaiztegi, en la que pueden apreciarse los vaivenes de la vida de un político del siglo XIX, que alternó su existencia entre puestos de alta responsabilidad política con años de cárcel y destierro, según quién mandase en España en aquella época, caracterizada por la alternancia entre liberales y absolutistas.
Miguel Antonio Zumalacárregui nació en 1773 en Idiazabal en el seno de una familia acomodada, por lo que pudo estudiar leyes en la Universidad de Sevilla. Su padre era el escribano de Idiazabal y su madre pertenecía a una familia bien situada de Goierri. Su hermano Tomás, por su parte, estudió para escribano en Pamplona, pero la Guerra de la Independencia le llevó a convertirse en guerrillero y en militar.
Miguel Antonio fue miembro del Tribunal Supremo, diputado en Cortes por Gipuzkoa y ministro de Gracia y Justicia. En 1813 fue presidente de las Cortes y durante su mandato se suprimió la Inquisición. Además, fue senador por Santander y Segovia, entre otros cargos.
En unas épocas en las que la elección de los alcaldes no procedía de los votos de los habitantes sino de la designación de otras instancias superiores, Miguel Antonio fue alcalde de San Sebastián, aunque no residía en la ciudad.
Punto de cita de liberales de Gipuzkoa
Mientras era diputado en Cortes por Gipuzkoa ejerció como comisionado del Ayuntamiento de San Sebastián (1937) para defender los intereses de la ciudad en Madrid mientras la ciudad era asediada por los carlistas. En aquella época, la capital guipuzcoana era el punto de cita de los liberales del resto del territorio, que abogaban por modificar los Fueros y llevar las fronteras del Ebro al Bidasoa y así mejorar sus expectativas comerciales, según explican los historiadores. “Los intereses de los comerciantes de la ciudad chocaban frontalmente con los de los caciques de la provincia y se consideraba imprescindible la modificación de los Fueros”, explica Alberdi en la biografía. Asimismo, añade que “Miguel Antonio defendió esas ideas con ahínco”. Mientras era diputado en las Cortes y comisionado, la ciudad pasaba por momentos muy críticos a causa del desabastecimiento y el Ayuntamiento menospreció su labor y le acusó de no hacer nada para solucionar estos problemas.
A pesar de ello, al finalizar la guerra, fue elegido alcalde de San Sebastián desde el primer día de 1840. “Aunque pueda parecer extraño apenas se acercó a San Sebastián. Para la ciudad era mucho más conveniente la labor que Miguel Antonio podía desarrollar en Madrid, por lo que allí permaneció. Tal situación, que el alcalde apenas visitara la ciudad, provocó las críticas de la prensa”, explica Alberdi en la biografía. A pesar de ello, y de las críticas aparecidas en el periódico Correo Nacional, la Corporación municipal salió en su apoyo.
En julio de 1840, el Ayuntamiento de San Sebastián, sabiendo que Miguel Antonio se encontraba de visita en Ormaiztegi, le envió una invitación para que visitase la ciudad. Aceptó la propuesta aunque no acudió rápido, sino en el mes de septiembre. Pasó unos días en “su” ciudad pero volvió raudo a Madrid, donde le esperaban sus quehaceres.
En el año 1841, dejó de ser alcalde, para ser sustituido por Eustasio Amilibia, otro político liberal que, en este caso, sí tiene una calle muy destacada en la capital guipuzcoana.
Una vez que Miguel Antonio dejó su tarea municipalista, llegó el esplendor de su carrera. En 1842, y bajo la regencia de Espartero, fue nombrado Ministro de Gracia y Justicia. Sin embargo, después de que el general liberal bombardease Barcelona, se produjo una crisis de gobierno, fue obligado a dimitir y pudo empezar a disfrutar de la jubilación, aunque murió cuatro años después, según concreta la investigación de Alberdi.
Esta recuerda también cómo repartió su herencia. Entre otros, dejó dinero a la mujer de Zegama que había recogido a su hermano Tomás, tras ser herido, y le atendió hasta su fallecimiento.