Se puede ser singular por muchas cosas, pero Arrasate y Bergara pueden también presumir de serlo por custodiar a dos de los diez árboles catalogados con esta distinción en Gipuzkoa, y por tanto legalmente protegidos. Se trata de la secuoya gigante del parque de Monterrón, y el magnífico magnolio que crece en el jardín de la Torre Olaso, respectivamente.

Estas dos especies exóticas, que llevan siglos luciendo porte esbelto al abrigo de parques nobles, hace años que ingresaron en el selecto club de árboles singulares, una catalogación otorgada, en este caso por el Gobierno Vasco, a aquellos ejemplares que por sus características extraordinarias o destacables (tamaño, edad, historia, belleza, situación...) merecen una protección especial, sean o no autóctonos. En Euskadi están inventariados un total de 25, desde tejos y encinas, hasta abetos, ginkgos, secuoyas, hayas, robles, magnolios..., e incluso un híbrido de roble pedunculado y marojo (en el municipio vizcaino de Artzentales).

Cualquier época del año es apropiada para contemplar la incomparable belleza que despliegan estos extraordinarios elementos de la naturaleza. En Monterrón la imponente y majestuosa secuoya -su nombre botánico es Sequoiadendron giganteum- es un icono del paisaje de este pulmón verde arrasatearra, situado en las proximidades del aristocrático palacio construido en el siglo XVII. Con sus 39,70 metros de altura está considerado uno de los árboles más altos de Gipuzkoa -el récord lo ostenta el abeto douglas de Albiztur-, que, además, presenta una copa de 14-15 metros de anchura y un perímetro de 6,66 metros. “Su estado de conservación es bueno, por eso no requiere de cuidados especiales”, explican desde el departamento municipal de Medio Ambiente.

Esta secuoya, identificable por el barandado perimetral que protege su base es, sin duda, junto con sus dos hermanas presentes en este espacio, el ejemplar más impresionante, pero Monterrón, uno de los parques botánicos más interesantes del territorio, cuenta con decenas de especies de árboles y plantas que bien merecen una visita.

Pero no hay que olvidar el propio palacio: levantado en el siglo XVII por el capitán Mateo de Aranguren, un acaudalado indiano que fundó el mayorazgo del mismo nombre en el arrabal de Zarugalde para su matrimonio con María Sáenz de Andicano, azafata de la emperatriz y hermana de don Juan, primer conde de Monterrón.

La zona ajardinada ubicada a la espalda del edificio palaciego es posterior a la construcción del mismo, así que las especies más longevas que visten este recinto natural, mayoritariamente exóticas, “no sobrepasan los 350-375 años”.

Por el jardín se pasea desde 1986 cuando Monterrón pasó a ser titularidad municipal. Así que sumergirse en su interior es sinónimo de disfrutar de especies autóctonas y foráneas, fascinantes, curiosas y únicas. La riqueza botánica abarca las secuoyas gigantes y rojas, los tejos, los cedros, los magnolios, las piceas, los tilos, las wellingtonias y los cipreses; y en el estrato arbustivo destacan las aucubas, el boj, las photinias o los laureles-cerezos.

Lo hacen singular

A la secuoya arrasatearra se le equipara, no en altura (26 metros), pero sí en porte y dimensiones, el esbelto magnolio del jardín de la Torre Olaso de la villa mahonera, uno de los escasos ejemplares urbanos declarado Árbol Singular.

Esta magnolia grandiflora se eleva majestuosamente por encima de su morada y de varios edificios circundantes. El perímetro de su tronco, con 6,2 metros, iguala al del secuoya de Monterrón, y el diámetro de su copa alcanza los 14 metros. Puede resultar muy familiar debido a su abundante presencia en parques y calles, sin embargo, su tamaño así como el brillo de sus hojas y el blanco de sus flores le hacen singular.

En septiembre, tal y como anunció el pasado mes la alcaldesa, Jaione Isazelaia, este ejemplar podrá contemplarse en todo su esplendor. El Consistorio y la Fundación Torre Olaso, propietaria de este coqueto recinto ajardinado del siglo XIX, han suscrito un convenio a través del cual el citado jardín perderá su condición de privado para abrir sus puertas al público. Y lo hará durante el día, y de su limpieza, diseño y cuidado se encargará el Ayuntamiento, salvo del mantenimiento del magnolio, que por su calificación está en manos de los técnicos de la Diputación, que en su última visita aseguraron que el ejemplar bergararra esta “saludable”.

Gipuzkoa cuenta a día de hoy con diez árboles singulares. Junto con los mencionados hasta ahora, comparten esta particularidad las encinas de Azpiazu (Aizarnazabal) y la del barrio de Berio (Donostia), un abeto douglas situado en Albiztur, el alcornoque de Getaria, el ginkgo biloba del casco urbano de Hernani, el haya de Gaztaina-Motzeta en Altzo, el roble de Igara (Donostia) y el tejo de Pagoeta (Aia). Pero la lista podría verse ampliada. El mismo número de árboles singulares se contabilizan en Araba, mientras que Bizkaia reduce este don de la naturaleza a cinco ejemplares.

Desde sus alturas, la secuoya de Monterrón y el magnolio de la Torre Olaso, dos auténticos monumentos vegetales, no pasan desapercibidos ante los ojos de nadie.