beasain. ¿Cómo empezó en este mundo?

En mi familia somos feriantes desde hace muchos años. Mis abuelos tenían un tren txu-txu y mis padres una noria y unas camas elásticas. Ahora tenemos un toro mecánico y la churrería. Con el toro trabajamos solo en verano y hace cinco años abrimos el puesto de churros para poder trabajar también en invierno. Además, siempre me han llamado la atención las churrerías. Tuvimos la oportunidad de coger un remolque y no lo dudamos. Del diseño y el montaje nos ocupamos mi padre y yo. A los feriantes no nos queda otra que ser manitas. No hemos estudiado nada, pero sabemos de todo: soldadura, hidráulica, electricidad... En la churrería trabajo con mi novia, Verónica Berrio. Pertenece también a una familia de feriantes.

¿En qué zona trabajan?

Nací en Elche, pero siempre hemos trabajado en esta zona. Nos gusta mucho. Mi padre y mi tío formaban una sociedad y, cuando se separaron, a mi padre le dijeron que en Euskadi se trabajaba muy bien. Al final, se compró una casa en Irun. Mi novia y yo trabajamos en Beasain, Legazpi y Zumarraga. Están cerca entre sí y éramos ya muy conocidos por el tema de las barracas. Además, sobre todo en Beasain, les gustan mucho los churros. Me conocen desde hace muchos años y hay gente que viene solo para saludarme. En Beasain y Legazpi me siento muy a gusto. Tanto, que hemos venido a vivir a Beasain.

Incluso han puesto en marcha el churro-pote.

La gente está encantada. Lo hemos hecho por ellos, pues la ganancia es mínima. Hay que tener en cuenta que solo cobramos 1,5 euros por un chocolate y tres churros. Mucha gente nos lo ha agradecido. Sobre todo, los que no tienen costumbre de beber. Es gracioso ver cómo los alrededores de nuestro puesto se llenan de gente con su chocolate y sus churros. Les han hecho gracia tanto el nombre como la iniciativa. Estamos encantados.

Ha dicho que en invierno trabajan en tres pueblos.

Así es. En noviembre y diciembre estuvimos en Legazpi, hasta finales de marzo estaremos en Beasain y después iremos a Zumarraga. Tanto nosotros como el Ayuntamiento de Beasain estamos tan a gusto, que nos vamos a quedar un mes más de lo previsto. Con este tiempo, apetece mucho tomar un chocolate con churros. Además, servimos el chocolate en una lecheras y la gente se las lleva encantada.

¿Tiene algún truco la elaboración de los churros?

Los ingredientes son agua, harina, sal y aceite. Las cantidades son secreto de familia. Además, utilizamos aceite de oliva. Conozco a pocos churreros que usen este aceite. Y la gente no es tonta: mira y huele antes de comprar. Aquí la gente es muy exigente con la comida. La gente nos felicita, pero no solo por el sabor de los churros, también por la limpieza. Utilizamos guantes de látex y eso se agradece. Inspiramos confianza. Es importante que la gente se vaya contenta, pues nos conviene que repitan. Cuando un padre viene con su hijo, al pequeño le regalo un cucurucho pequeño con churros chiquitines. El niño se va encantado y al padre se le cae la baba.

¿Qué más productos ofrecen?

También vendemos algodón dulce, almendras garrapiñadas caseras, churros de chocolate, patatas fritas, refrescos, agua... Vendemos todo aquello que nos demanda la gente. La novedad de este año es la algodonera.

¿Qué es lo que más se vende?

Los productos estrella son los churros y el chocolate y cada vez más gente se lleva los dos. Algunos vienen para llevarse la merienda a casa, otros por la chocolatada del niño, la cuadrilla de la Kantu Jira nos compra churros y chocolate como postre...

¿Los jóvenes también consumen estos productos?

Sí. Hay niños que le piden dinero a la ama para comprar churros y chocolate.

Es usted ya casi tan beasaindarra como San Martín de Loinaz.

Estamos encantados. Quiero dar las gracias al Ayuntamiento. Especialmente a Ángel, el técnico que se encarga de ubicarnos.

Se le ve encantado con su trabajo.

Soy feliz vendiendo churros. Hay gente a la que se le hace duro levantarse para ir a trabajar. A mí no. Los domingos y los días de mercado abro a las 8.00 horas, pero me levanto con una alegría que no te puedes ni imaginar. El resto de los días abrimos solo por las tardes. En Legazpi abrimos también la madrugada de los domingos para dar de desayunar a los que salen de fiesta. Me lo ha agradecido mucha gente. Hasta el alcalde, pues a esas horas en ningún sitio ofrecen comida.