"nO hay mejor manera de explicar la historia de una ciudad que a través del desarrollo de sus comercios". Donostiarra de nacimiento, la historiadora Lola Horcajo, junto a sus dos amigos Juan José Fernández Beobide y Carlos Blasco Olaetxea, han tratado de escenificar la evolución de su ciudad natal a través del crecimiento de sus establecimientos. Ultramarinos, coloniales y similares es el último libro de este trío que tiene una gran pasión en común: las historias personales de los emprendedores del siglo pasado.

Primero fueron las pastelerías más veteranas en la revista que publicaron el año pasado, luego llegó el turno de los comercios centenarios que siguen en marcha en la ciudad, en su primer libro. Y ahora, Horcajo y sus amigos deleitan a los amantes de la historia cotidiana con su nuevo ejemplar que ayuda a acercarse, un poquito más, a los orígenes de los comercios donostia- rras.

"La colaboración entre familiares es la clave del éxito en muchos negocios. Un claro ejemplo son los establecimientos regentados por los Casla", señala la historiadora al referirse a la excepcional familia de origen segoviano. Gregorio Casla fue el patriarca que comenzó la saga de estos comercios en Donostia hace exactamente 101 años, en 1910. Tras él, decenas de familiares y paisanos siguieron sus pasos y, desde muy jovencitos, se trasladaron desde tierras de Sepúlveda hasta la capital guipuzcoana para aprender el oficio de los ultramarinos.

"Eran una gran familia y, sobretodo, muy trabajadores", explica. Precisamente, su trabajo y su exquisita atención consiguieron atraer a clientes de la talla de la duquesa de Alba, entre otros.

Ésta es una de las más de 50 historias que recoge el nuevo libro. Se relatan los orígenes de tiendas de renombre que dieron prestigio a la ciudad, y los de otras más pequeñas que atendían a los vecinos del barrio de una manera más íntima y cercana. No obstante, todas tienen un denominador común: un encanto y una entrañable historia personal por detrás que Horcajo y sus colaboradores han sabido recopilar.

emprendedores del siglo XX

Su historia

Casa Delbos, fundada en 1870 y ubicada en los números 4 y 6 de la calle Legazpi, es la tienda de ultramarinos más antigua que el libro rescata. Era uno de esos establecimientos de máxima categoría propia de la clase que Donostia ostentaba en la sublime Belle Époque, que atraía a la aristocracia de la época todos los veranos. Los hermanos Elicegui sucedieron a Mr. Delbos y una de sus hijas recuerda en el libro que "la guerra fue el final de la tienda con las restricciones y las condiciones". El 31 de diciembre de 1941 echó la persiana, para siempre, la tienda de ultramarinos más antigua de Donostia.

"Lo primero que me pregunta la gente sobre este libro es si mencionamos a la charcutería Cabra", afirma, sonriente, la historiadora. Y es que este establecimiento tuvo todos los ingredientes para encandilar a los donostiarras. Agustín Cabra abrió en 1923 una charcutería que poco tenía que envidiar a ningún museo: la fachada, de mármol y caoba; la puerta y los dos escaparates, enmarcados por un arco sustentado por dos columnas exentas; el interior, de mármol; en el techo, un óvalo central en mosaico que dibuja un anillo de flores. No son de extrañar, por lo tanto, las largas colas que se formaban en la puerta del establecimiento para, además, comprar un jamón de york más caro que el que hoy en día podemos encontrar.

Pero no todo era lujo y elegancia. Mientras que una parte de Donostia crecía impulsada por la opulencia, otras seguían manteniendo su esencia humilde y más pueblerina. Las caseras, antes de congregarse en la zona de La Bretxa para vender sus productos, lo hacían en la plaza de la Constitución hasta bien entrado el siglo XX. Ahí surgieron numerosas tiendas de ultramarinos con un matiz familiar y recóndito: "Se llevaba mucho la economía del clavo", señala con humor Horcajo. "Normalmente, las mujeres cuando hacían la compra la dejaban a deber y los sábados, cuando sus maridos cobraban, se acercaban al establecimiento y saldaban las cuentas. No solía haber problemas", añade la autora.

Una de esas encantadoras tiendas es Comestibles La Palma, fundada, aproximadamente, en la primera década del siglo XX. La suya es una de las historias más entrañables del libro, de la mano del testimonio de Katalin Lasa.

Vino a Donostia con tan solo doce años. Katalin no sabía leer ni escribir, pero aquí tuvo la oportunidad de aprender. No había salido nunca del pueblo y solo conocía el trabajo del campo. Recuerda que le impresionó ver "tanta agua". Fue la primera de sus cuatro hermanos en venir para trabajar en una tienda de comestibles con sus tías. Tal y como relata en el libro, llevaba "20 kilos de patatas en la cabeza desde la calle Pescadería a la calle Prim a casa de unos clientes". Pero lejos de quejarse, añade con cierta melancolía: "¡Qué bonito me parecía todo!".

Aitor Lasa Gaztategi también nació en aquella plaza "de las caseras" en la misma época. Los Lasa vendían sus quesos, huevos y manzanas en su emblemático espacio hasta que en 1998 las autoridades decidieran denegar el permiso de venta de ese tipo de productos. Lejos de hundirse, la familia Lasa dio vida a una tienda delicatessen de mucho éxito de quesos y setas en la calle Aldamar.

raíces del txikiteo

Bodegas

Sin embargo, los autores han querido recoger también las historias de algunas vinotecas que, aunque no sean tiendas de comestibles, consideran el vino como su producto "base". Una de las más emblemáticas, sin duda, es Vinos Ezeiza. Actualmente permanece abierta con el mismo ambiente de las bodegas de antaño. Su fundador fue Manuel Eceiza en la calle Prim en 1944, y hoy en día sus sobrinos José Antonio Peña Eceiza y Bernardo A. Eceiza continúan con el negocio.

Manuel Eceiza fue jugador del Real Unión de Irun, y gracias a ello, gozaba de un buen estado físico que le ayudó a llevar adelante el negocio, ya que se trataba de un trabajo "duro que requería de fuerza y habilidad", cuentan sus sobrinos.

En la plaza Easo, Vinos Martínez también desempeñó un papel importante en la creación de costumbres donostiarras. Sin ir más lejos, el txikiteo fue uno de los hábitos más extendidos desde esta bodega y desde las 7.30 horas hasta las 9.00 horas se servían vinos y licores al por menor "en cuarterones" (medio cuarto), sobre todo de anís y coñac.

Luis Martínez fue el fundador en 1883 y su hijo Cruz relata la intensa vida de su padre en el libro. Entre otras anécdotas, su hijo cuenta que Luis participó en la revolución mexicana, donde conoció a Pancho Villa y a Emiliano Zapata.

Anécdotas, experiencias y recuerdos. Horcajo, Fernández y Blasco realizan una radiografía en tres dimensiones del desarrollo del comercio donostiarra, en este caso del sector de los ultramarinos, a través de los relatos humanos de sus precursores que ayudan a mirar la historia donostiarra con las lentes del pasado.