Donostia. Final del Torneo Paulista de 1983 entre el Corinthians y el Sao Paulo. Un futbolista estilizado, barbudo y de pelo rizado salta al césped solo, con el brazo en alto y una camiseta con mensaje: "Ganar o perder, pero siempre con democracia". Era Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieria de Oliveira (Belem, Brasil; 1954), el jugador de O Timao, todo un ídolo por su elegancia en el campo, por su filosofía de vida fuera de él y por un osado manual político. Afamado como El Doctor por ser médico de profesión, falleció ayer a los 57 años en el hospital donde se encontraba ingresado a causa de un choque séptico de origen intestinal que le provocó una bacteria, pero, principalmente, el exceso de muchos años entregado al alcohol.
Durante dos décadas fue uno de los símbolos de la Seleçao que encandiló al mundo con su fútbol ofensivo y alegre, especialmente en el Mundial de España 1982, comandado por Tele Santana desde el banquillo y por los Zico y Falcao en aquella alineación que se recitaba de memoria y que se grabó en la memoria pese a fracasar en la caza de los títulos. Originario de una familia de clase media, nació en la amazónica ciudad de Belém e ingresó en la Facultad antes de dedicarse al balón, algo que hizo en 1974 en el modesto Botafogo de Ribeirao Preto, donde no le hacía falta ni acudir a los entrenamientos. "Nunca se esforzó para ser un crack: sencillamente, lo era", decían, impresión que él mismo corroboró: "No soy un atleta. Soy un artista del fútbol". Dejó la universidad al fichar por el Corinthians en 1978, pero no su otro afán, la política, empleando su fama para manifestar en público sus posiciones de izquierda y de oposición a la dictadura militar que gobernaba Brasil desde 1984, erigiéndose en máximo líder del único gran movimiento ideológico de la historia del fútbol brasileño, la llamada Democracia Corinthiana. Logró esta que los dirigentes del club paulista aceptaran que las decisiones importantes fueran sometidas a la votación por parte de los jugadores, que se convirtieron así en cogestores.
sus diminutos pies Su talento se extendía a los diminutos pies (calzaba un 37; algo extraño en alguien de 1,93 metros), un tanto deformados porque tenía un hueso desencajado en el talón, lo que le permitía tirar, por ejemplo, penaltis de tacón con una fuerza extraordinaria. Cuando cayó ante Italia (3-2) en la tragedia de Sarriá, acuñó aquello de que "no se juega para ganar, sino para que no te olviden", mientras los Junior, Serginho o Cerezo no podían ocultar sus lágrimas. Siempre con la cabeza alta y los brazos caídos, su distribución y paredes imposibles crearon escuela. Participó intensamente en el movimiento Directas Ya antes de trasladarse en 1984 a la Fiorentina, donde jugó solamente una decepcionante temporada, y eso que el club desembolsó por él tres millones y puso a su disposición 18 billetes a Brasil por curso, dos coches y una mansión. No le fue nada bien al 8 salir de su país, al contrario que a su hermano pequeño Raí, que deslumbró en el PSG después de aupar al São Paulo en la Intercontinental contra el Dream Team de Cruyff en 1992. Volvió a Brasil en 1985 y jugó en el Flamengo y Santos antes de colgar las botas en 1989 y acabar sus estudios de medicina. Casado y con seis hijos, después se esforzó en ser pintor, artista, comentarista deportivo, fajándose como militante del socialista Partido de los Trabajadores del expresidente Lula da Silva y ahora de Dilma Rousseff. Todo, defendiendo su derecho a fumar un cigarro tras otro, y a beber. "El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo", clamaba. Hasta ahogarse en él.