Ética? ¿Pudor? ¿Honradez? ¿Objetividad? Valores que se han ido fatídicamente por el desagüe de una legislatura volcánica hasta quedar mortecinos y alentar, a cambio, un tremendista escenario donde la tergiversación, el filibusterismo, el fanatismo o la mentira de uso corriente campan a sus anchas. Una nueva realidad política e institucional plagada de hostilidad y entendimiento imposible, que solo puede ir a peor por expreso deseo de cuantos –demasiados– siguen entendiendo que aquí ya todo vale. Sin ir más lejos, la propia campaña del 23-J. Es así como se entremezclan con aviesa intención cifras manipuladas, mentiras confesas, bulos interminables, propuestas vacuas o postureos descarados. Un campo minado que podría explosionar ante un probable bloqueo que provocaría la incapacidad de configurar mayorías absolutas.

Desgraciadamente, el cara a cara sigue desprendiendo un hedor insoportable. Ha abierto de par en par la puerta a la procacidad. Como si hubiera licencia para la impudicia.

Quizá todo empezó a torcerse con la propagación en el debate de datos difícilmente ajustados a la verdad. Tampoco ayudó la marrullería impropia de los dos únicos candidatos a presidir un Gobierno central que exasperó al respetable más mundano. Pero, sin duda, el sorprendente desenlace del duelo televisivo ha encrespado los nervios. De hecho, podría asegurarse con bastante unanimidad que una victoria de Pedro Sánchez hubiera abortado, por imaginada, cualquier polémica posterior. Vendría a ser sencillamente la confirmación de un pronóstico bastante generalizado en las vísperas, asumido, por tanto, con naturalidad. En cambio, la derrota del candidato socialista, que no el triunfo de Feijóo, ha dinamitado la cordura. El calado de este desenlace y sus derivadas introducen un elemento distorsionador para las estrategias de los dos principales partidos, que empieza en el factor anímico, se inocula en las encuestas y contamina mensajes, discursos y actuaciones. La espiral perfecta del despropósito consentido.

Dolidos por el fracaso que desinfla el espíritu de la remontada, en el PSOE ya nadie se para en barras para desplegar una contraofensiva implacable. En ese empeño, Nadia Calviño abrió fuego contra el candidato del PP hasta llegar a su descalificación personal, indignada por el golpe bajo que Feijóo había propinado a la auténtica realidad de la economía española. La vicepresidenta primera descargó su cólera, sostenida por el aval de sus cifras oficiales, en un desayuno donde, curiosamente, la ausencia de empresarios y referentes económicos era llamativa. En Madrid, este tipo de foros permite saber por dónde sopla el viento político y en tiempos que corren, mucho más.

En la sede popular tratan de controlar la euforia mientras siguen sumando escaños. Saben que han dejado tocado a Sánchez ahora y para más adelante. Que han metido al PSOE la duda en el cuerpo sobre su presente y su apuesta de futuro. Que Feijóo –solo o en compañía de astutos asesores– ha acabado con la epopeya del icono de la izquierda. Un corolario burbujeante desde donde la efectista propuesta de firmar un pacto en favor del partido ganador queda reducido a humo de pajas un par de días después en Canarias con la rehabilitación de un Fernando Clavijo, derrotado en las urnas y repudiado entre los suyos. Incluso les sirve de coraza para desparramar sin sonrojo ni responsabilidad alguna las sospechas sobre el correcto desempeño profesional de los empleados de Correos en la ingente tarea que les aguarda con el desbordante envío de millones de votos anticipados.

Peor aún: a unos más que a otros les queda siempre a mano el desagradable comodín tan manoseado de las víctimas del terrorismo y de ese escalofriante eslogan tan artero relativo al asesino de Miguel Ángel Blanco. Dice la demoscopia que, en base a tanta experiencia acumulada, las urnas no penalizan este tipo de vilezas. Rienda suelta entonces a la mezquindad. Otra de las magras consecuencias de que aquí ya vale todo y que algún día se acabará pagando la villanía y el fariseísmo, aunque para entonces quizá sea tarde. A muchos, ni les importará.