La reacción contra la presencia en La Vuelta de un equipo ciclista que proyecta la imagen de Israel –y está financiado por un millonario alineado con el sionismo más radical– ha logrado proyectar una sensibilidad que no había aflorado durante los dos años de matanza anteriores. La concienciación social y política no ha tenido protagonismo durante este tiempo o, sencillamente, ha estado larvada hasta que la parálisis de los mecanismos diplomáticos globales se ha hecho insoportable.

El alcance de este movimiento de respuesta cívica está amenazado por la tradicional polarización interesada. En las horas siguientes a la interrupción del final de la prueba ciclista, el debate no se dirige a definir mecanismos de protección y sanción para detener la masacre de personas indefensas por parte del gobierno de Benjamín Netanyahu. En el marco internacional, aún no bulle una reacción social suficiente, lo que facilita que lo vivido en las últimas semanas pierda dimensión y acabe formulado como el enésimo relato instrumental en la política del Estado.

El respaldo acrítico del presidente Pedro Sánchez a las movilizaciones no las favorece necesariamente, como los disturbios ocurridos en ellas no le refuerzan a él. El apoyo provocador mostrado por la presidenta de la Comunidad de Madrid al equipo de la polémica y la negativa de la derecha española a identificar como genocidio lo ocurrido en Gaza, son a su vez renuncias éticas en favor del interés de usar como ariete todo lo que desgaste al Gobierno.

Pero la movilización ciudadana padece el riesgo de desnaturalizar su formulación. El derecho de manifestación es consustancial a la democracia: la denuncia y la protesta deben ver blindado su legítimo carril en ella. Pero existe el peligro de asumir que el disturbio es parte de esa legitimidad;que basta con que una causa sea considerada justa para causar el desborde de las reglas de cohabitación que son las leyes. En determinado pensamiento ideológico, desbordarlas, desobedecerlas como si su origen no fuese democrático, es estrategia. Pero es un error suplantar el foco del crimen que se comete en Gaza con actos que lo desvían hacia el debate del orden público y que son placebo del problema de fondo. Hablemos de Palestina y de Ucrania y de los derechos violados en tantos lugares desde una base ética prepolítica.