El cumplimiento del acuerdo de alto el fuego en Gaza suscrito por Israel y Hamas, con los intercambios previstos de rehenes hebreos por presos palestinos, dando satisfacción a los compromisos hasta la fecha, no oculta un deterioro general de la situación en Palestina que no augura la normalización que precisa la región. Las operaciones militares de israelíes no han cesado por completo en la franja y su retirada no es efectiva a corto plazo. El goteo de víctimas civiles palestinas no ha cesado y las dificultades para la distribución de ayuda humanitaria continúan porque, pese a que el bloqueo fronterizo se haya levantado, el rigor de los controles ralentiza la entrada de alimentos y material imprescindible. Sin salir de la franja, el último improperio de Donald Trump esta semana ha consistido en proponer la deportación de la población palestina a Egipto y Jordania. Una barbaridad que acredita su desprecio histórico –los gazatíes ya son un colectivo de refugiados descendientes de los desplazados de sus casas desde el primer conflicto árabe-israelí de 1948– y que alimenta la normalización de una atrocidad: la limpieza étnica. En paralelo, a la ocupación de Cisjordania se añade una operación militar del Ejército hebreo lanzada contra los campos de refugiados de Yenin apenas horas después de la entrada en vigor del alto el fuego en Gaza. La estrategia de ocupación se complementa desde hace décadas con una de colonización que se practica con impunidad y el uso sistemático de la violencia y la intimidación. También en este caso, la nueva administración de Trump ha tomado partido anulando sanciones a los colonos que han perpetrado crímenes contra la población civil palestina y situando en el Consejo General de la ONU a una embajadora que reivindica el ‘derecho bíblico’ de los judíos a ocupar Cisjordania. Si añadimos el acoso que el Gobierno de Netanyahu practica contra la Comisaría de la ONU para los Refugiados Palestinos, a la que criminaliza, acosa, y ahora expulsa de su territorio, el momento no puede ser más complicado. Sus consecuencias pueden durar años por su impacto humanitario y por el reforzamiento social de las organizaciones más extremistas frente a una Autoridad Nacional Palestina maniatada por Israel, ninguneada por EE.UU. y enfrentada sobre el terreno a los grupos yihadistas.
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