Las apuradas negociaciones entre congresistas republicanos y demócratas para acordar una ley de financiación provisional con la que evitar el cierre del gobierno federal por falta de fondos es una alarmante señal de la capacidad de injerencia que tiene el hombre más rico del mundo, Elon Musk, en los asuntos públicos. Valiéndose de la red social ‘X’, que compró por 40.000 millones de dólares cuando se llamaba Twitter para convertirla a un ariete ideológico en favor de las posiciones de ultraderecha, ha puesto en aprietos a los congresistas mediante una catarata de mensajes con los que ha logrado influir en la negociación para amoldarla a los objetivos de la misión que le ha encomendado Donald Trump en su futuro gobierno: meter la motosierra en la estructura y el gasto de la administración federal desde el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Finalmente, el Congreso salvó los muebles, garantizando el funcionamiento de la administración hasta el 14 de marzo mediante un acuerdo rebajado respecto de los compromisos iniciales. Sin nadie que le ponga freno, la pasada semana mostró sin disimulo las cartas con las que quiere jugar en el tablero político europeo. El próximo 23 de febrero, se celebran elecciones legislativas en Alemania y el multimillonario dijo en su red social que los ultras ’Alternativa para Alemania’ son los únicos que “pueden salvar el país”. Musk también alimenta las buenas relaciones con la extrema derecha británica que lidera Nigel Farage, partido al que ha prometido una contribución millonaria, a modo de represalia por la legislación británica que limita los contenidos en internet. No hay que olvidar que antes ya influyó en la guerra entre Ucrania y Rusia cuando impidió a Kiev el acceso a su sistema de satélites Starlink. Mientras los gobiernos europeos ponen el foco en la capacidad de desestabilización e injerencia de Rusia y su ejército de hackers, al que señalan como como principal peligro para la Unión Europea y su sistema democrático, por la alfombra roja digital penetran sin barreras de ninguna clase las aviesas intenciones de un hombre de dudosa ideología, que es a la vez emperador tecnológico, multimillonario y mecenas de Donald Trump, un enorme poder que ha decidido ejercer en primera persona. Elon Musk no se puede reducir a una extravagancia ‘made in USA’.