Con independencia de las concreciones que ofrezca la inexcusable investigación sobre las acusaciones vertidas contra Iñigo Errejón, lo que va aflorando sobre el largo proceso de degeneración de las formas y actitudes del político en su relación con varias mujeres ya denota una tipología de comportamientos y cooperaciones frente a presuntos episodios de machismo y acoso que trascienden la actitud individual del señalado. Si algo resulta más indignante que la sorpresiva revelación de esas actitudes y de la explicación ofrecida en primera persona por el presunto acosador es esa sensación, ahora hecha pública, de que para su entorno político más próximo era poco menos que un secreto a voces. A expensas, siempre, de las investigaciones y garantías que puedan determinar el alcance veraz de las prácticas machistas que se sugirieron primero y se van describiendo después, la sucesión de situaciones reveladas hasta ahora responden al estereotipo de impunidad por razón de una cierta posición de autoridad, una voluntad de autoprotección y la complicidad de colaboradores cercanos con su ocultación. Una lacra socializada de la que no se escapa solo con postulados ideológicos y que se lleva por delante la debida responsabilidad de la actividad pública. La concienciación presumida no ha amparado a las presuntas víctimas; no han gozado de la condición de veraces y se han visto en la necesidad de manejarse en el anonimato, lo que redunda en su mayor indefensión en tanto la imagen pública de su acosador habría jugado en su contra por su celebridad. Las mujeres que se hallaron en la tesitura de buscar amparo cayeron en la autocensura de saber que su credibilidad sería la primera sometida a examen. Es lamentable, pero más aún el hecho de que, de confirmarse lo trascendido, el entorno político de Errejón habría actuado para acallar esas denuncias en lugar de buscar su clarificación. El daño a las víctimas, que incrementa estas actitudes, es también un daño a la propia democracia, en tanto sus principios se someten a conveniencia partidista. Por eso no basta con reducir a un problema personal, incluso de salud mental –aunque lo fuera–, este escándalo. El alcance es mucho más grave por la protección que habría hallado el presunto acosador, que reforzó su impunidad.