Concluyó una campaña electoral vasca que se prometía atípica, tanto por los factores de distracción de los primeros días de la misma como por la expectativa de una reordenación del mercado de votantes. Siendo esto así, no obstante se ha ido decantando por parámetros más bien clásicos en cuanto a los discursos confrontados y el papel de cada partido y candidato en ellos, condicionado inevitablemente por la imagen de las siglas que representan. La polarización ha acabado siendo significativa, con dos fuerzas políticas claramente identificadas como posibles ganadores –PNV y EH Bildu–, cada una de ellas con su bagaje y su coste atribuido. En el primer caso, al desgaste de gobernar se añade una legislatura dificilísima que le ha obligado a gestionar la sucesión de crisis con un resultado más que notable en el ámbito socioeconómico y político pero con una percepción ciudadana –alimentada desde la oposición– de que el deterioro de determinados servicios sometidos a tensiones externas no debería haberse producido. En cuando a EH Bildu, se augura la absorción del voto de las diferentes izquierdas, no soberanistas, por los errores de éstas y eso le permite presentarse como alternativa. El resto de contendientes tienen margen para dilucidar sus propios pulsos –PSE con PP y las fuerzas a su izquierda; éstas entre sí y el PP, además con el deseo de absorber a Vox– pero en términos de polarización y voto útil, el futuro se juega entre PNV y EH Bildu. Los jeltzales representan un modelo de país que se ha construido durante décadas merced a su apuesta por la institucionalización y el proceso legislativo y democrático, que han dado lugar al período más estable de autogobierno en la historia del país y la construcción de una estructura de servicios y actividad que ha mostrado su eficiencia en los niveles de desarrollo humano y económico que acredita. EH Bildu llega a estas elecciones reconstruida en imagen aunque lastrada por las limitaciones éticas del liderazgo de Sortu que la vio nacer. Su desmarque ha sido sistemático en la normalización del autogobierno y, la pulsión soberanista ahora atenuada, durante décadas lo fio todo a la confrontación política y física. Este choque de visiones y tradiciones solo lo puede resolver la ciudadanía con una participación elevada que legitime los resultados en el sentido que ella decida. l
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