La cita con las urnas del 21 de abril llega marcada por el reto de escapar del ruido estéril en el que se ha convertido la política española y que condiciona la capacidad de responder a oportunidades y retos inminentes. En el caso de Euskadi, la ciudadanía tiene derecho a reclamar a quienes se ofrecen a liderar la acción política de los próximos cuatro años la responsabilidad de ofrecer respuestas a esos retos y no ceder a la escenografía hueca del reproche que empantana la imprescindible eficiencia en la gestión. Comienza una campaña electoral en la que los partidos tienen la obligación de clarificar sus respectivos proyectos, las estrategias para manejar las circunstancias sociales y económicas que son propias de la sociedad vasca. El 21 de abril no se decide ni la gobernabilidad del Estado ni la de Catalunya, aunque ambas llenen las apuestas mediáticas de mayor difusión. Si alguna polarización hay en el panorama electoral vasco deberá serlo en torno a la gestión de las realidades vascas; los tan comentados modelos de país sobre los que urge clarificar sus implicaciones. El modelo de país para Euskadi tiene que responder al reto demográfico en sus facetas de envejecimiento y baja natalidad, definiendo medidas que sostengan la calidad de vida y el bienestar asociado a ambas. Tiene que encarar la sostenibilidad económica en un mundo en constante transformación porque solo la creación de riqueza permite su distribución equitativa. Debe afrontar la imprescindible respuesta al desafío climático y al energético, íntimamente ligados ambos, de modo que los territorios vascos puedan reducir su dependencia del exterior y proteger su calidad ambiental, que no tiene fronteras, como no las tiene la atmósfera. Los próximos cuatro años precisan también de una consolidación del autogobierno porque ha sido factor clave del bienestar alcanzado en el país. Los legítimos anhelos de reconocimiento de la especificidad cultural, jurídica y nacional deben propiciar esa consolidación. La campaña debe permitir contrastar las propuestas en esas materias y en otras como la salud, la juventud, la política industrial o la igualdad. La ciudadanía merece propuestas realistas y no la tramoya retórica del marketing político orientado a acumular poder. Solo así podrá practicar una libre decisión útil en las urnas.
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