La isla italiana de Lampedusa es en estos momentos el escenario en el que queda reflejada la vergüenza de Europa, sus contradicciones y su incapacidad para atajar una crisis humanitaria que está poniendo en solfa sus valores fundamentales. Aunque la situación no es nueva, Lampedusa, la isla más cercana a las costas africanas, sufre una situación ya insostenible, con un colapso que está llevando al hacinamiento de miles de personas que no están recibiendo una atención humanamente digna. La crisis se ha recrudecido en los últimos días con la llegada masiva de más de 12.000 migrantes llegados en embarcaciones precarias. Solo en las últimas horas, más de mil migrantes han arribado a la isla y más de 1.500 personas esperaban a ser trasladadas en unas instalaciones que cuentan con capacidad para 400. Que la gravísima situación de Lampedusa no estalle –ya hay más migrantes que residentes y los vecinos han convocado protestas para denunciar la falta de medios con que se cuenta– es un objetivo necesario pero no suficiente, porque la llegada de personas procedentes del continente africano no cesa en todo el Mediterráneo, en especial en Italia donde en lo que va de año han desembarcado cerca de 130.000, casi el doble que en 2022 y el triple que en 2021. Ante esa situación, agravada por la política de línea dura que impone el Gobierno de la primera ministra italiana, la ultraderechista Giorgia Meloni, la Unión Europea continúa sin ser capaz de abordar el fenómeno en toda su dimensión humana, social y política. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, viajó ayer a Lampedusa para anunciar un etéreo plan de acción europeo con cuestiones ya conocidas pero sin medidas reales concretas, basado en diez “compromisos” como la contención de la inmigración irregular mediante la actualización de la legislación europea contra el tráfico de personas, la implantación de un mecanismo de solidaridad para transferir a otros estados a migrantes llegados a la isla y definir nuevos corredores humanitarios legales y seguros. Son, a la vista está, objetivos ya conocidos y sobre los que ha habido consenso –a menudo, a duras penas– desde hace años, pero que siempre se han quedado en las palabras, sin pasar a los hechos. Europa necesita recuperar su propia dignidad garantizando la de los migrantes.