La República Islámica de Irán afronta desde hace casi tres meses una oleada de protestas contra el régimen y por la conquista de libertades sin precedentes en el país en los últimos años. La muerte de la joven Mahsa Amini, de solo 22 años, que falleció el 16 de septiembre, tres días después de haber sido detenida por la Policía de la moral y trasladada a un “centro de reeducación” por no llevar bien puesto el velo desencadenó las fuertes críticas de diversos sectores de la sociedad iraní y toda suerte de protestas y manifestaciones por todo el país que, con mucha menor intensidad, se mantienen hasta la actualidad y que han sido respondidas con una represión brutal. El desafío al tiránico régimen islámico ha llevado incluso a muchas mujeres a quitarse el hiyab en un peligroso gesto de incumplimiento de la obligación impuesta. El régimen se ha visto acorralado por las protestas y la actitud de miles de mujeres y hombres y ha respondido con toda su brutalidad. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos cuantifica en más de 300 las personas que han muerto hasta ahora por la represión, entre ellas más de 40 niños. Los detenidos se cuentan por miles. Esta misma semana, Irán ha ejecutado al primer condenado por los disturbios tras un juicio con sentencia apelada al Supremo que, nada más ser rechazado el recurso, ordenó su ahorcamiento inmediato. Sin margen para más apelaciones, en menos de tres meses, la autoridades iraníes detienen, juzgan y ejecutan, en una práctica habitual en el país. Todo ello demuestra que el supuesto gesto de Teherán de anunciar la eliminación de la Policía de la moral no es en ningún caso un cambio en profundidad y que persiste en el régimen la voluntad de someter a su ciudadanía y de impedir el ejercicio de derechos y libertades que exige. Esta revolución persa merece mejor suerte que las anteriores primaveras árabes tan esperanzadoras en su día pero que no han cambiado sustancialmente el mapa de derechos y libertades en el Magreb, mucho menos en las satrapías de la península arábiga. Parece, sin embargo, que sus mimbres siguen siendo igualmente frágiles como para vencer la determinación del régimen de sojuzgar a la población privándola de sus derechos y libertades fundamentales y de seguir utilizando sus criminales métodos para acallar toda voz discordante.