EL incontestable éxito de la tercera edición de Euskaraldia en los siete territorios supone un magnífico preámbulo para la celebración del Día Internacional del Euskera. Sería bueno, de hecho, que el espíritu de la iniciativa para difundir y fomentar el uso de la lengua vasca presidiera también una conmemoración que debería unir a todas las sensibilidades políticas y sociales del país. Por desgracia, todavía hay fuerzas que hacen bandera de la cuestión lingüística y la utilizan en la lucha partidista, difundiendo la falsa idea de la imposición. Los datos contantes y sonantes demuestran, sin embargo, que la promoción del euskera no ha supuesto ningún perjuicio ni para el castellano ni para el francés. Quien sostenga lo contrario miente a sabiendas.

Esto ha sido así, en buena medida, por la generosidad y la paciencia de las y los euskaldunes, que en aras de la no confrontación han tenido que asumir una realidad que seguramente no se ajusta ni a sus deseos, ni a sus necesidades, ni, lo que es más importante, a sus derechos. Para constatarlo, no hay más que ver el sentido de incontables decisiones judiciales que, todavía a estas alturas, limitan el uso del euskera en el ámbito laboral, en el institucional, e incluso, en el personal o familiar, como acabamos de comprobar en la sentencia que prohibía poner el nombre Hazia a una niña.

Es obvio que queda un largo camino por recorrer. Con todo, sin perder de vista nada de esto, en una fecha como la de hoy también debemos ser capaces de felicitarnos por los logros acumulados en los últimos años. Incluso por encima de las diferentes realidades administrativas, y frente a los negros augurios de hace apenas medio siglo, el euskera es hoy una lengua viva, con presente y futuro. El éxito, siempre con la irrenunciable vocación de mejora, hay que anotárselo al esfuerzo institucional (obviamente, más en la CAV que Navarra), pero, sobre todo, al impulso de una sociedad que, más allá de militancias y dogmatismos, ha apostado mayoritariamente por educar a sus hijas e hijos en euskera. Ese es el camino por el que hay que seguir transitando para que el euskera, además de símbolo irrenunciable de una identidad abierta y plural como la vasca, sea una herramienta eficaz de comunicación y de cohesión social. En nuestra mano está.