Se está consolidando por parte de varias potencias regionales y globales una peligrosa tendencia de recurrir al poder militar y a una estrategia belicista para afrontar la defensa de sus intereses políticos y económicos. Varios meses de guerra desde la invasión rusa de Ucrania no han determinado un vencedor de esa contienda pero han extendido la sensación de inseguridad en el flanco oriental europeo. En Oriente Próximo, la ofensiva preventiva israelí sobre la Yihad Islámica en Gaza es otro paso de una escalada entre el Estado hebreo e Irán, cuya estrategia de mantener activos conflictos en las fronteras israelíes mediante guerrillas árabes –desde Líbano, Siria y Palestina– es una constante. Y preocupa especialmente, pero también coyunturalmente, la intimidante y desproporcionada respuesta militarista china en torno a Taiwán. Son solo tres ejemplos recientes de una tendencia peligrosa que, en cierto modo, reproduce pautas de intereses en dinámicas políticas de hace casi un siglo. En medio, una Organización de Naciones Unidas cuya acción humanitaria, sin ser resolutiva, es hoy más potente que su influencia política real. El escenario que la rodea se parece preocupantemente a aquel que superó a la Sociedad de Naciones tras la crisis económica de 1929 y que dio lugar a una sucesión de conflictos regionales que derivaron en la II Guerra Mundial. No se trata de anticipar un escenario agorero pero sí de atender a las señales. Durante las últimas dos décadas, el crecimiento de China en el mundo ha sido financiero y comercial; el de Rusia, basado en sus materias primas y el de Estados Unidos en su mercado interno y liderazgo tecnológico en el ámbito de la información y la gestión de data. Todos esos factores están siendo amenazados por su propia maduración. China choca con la competencia comercial de los países de su entorno (Corea, Japón, Taiwán) en el mercado tecnológico; Rusia choca con el desarrollo de rutas de suministro de hidrocarburos que en los próximos diez años pueden reducir su mercado y EEUU apuesta por la expansión comercial hacia el Pacífico. El factor económico ha estado en el origen de los conflictos del último siglo –incluida la invasión de Irak– y la solución bélica ha sido fruto de inercias y retóricas que obviaron el diálogo que precisa una sostenibilidad económica equilibrada. l