Txarangas, a cualquier hora y en cualquier rincón
Por la mañana, tarde o noche, se han podido ver un año más cada día de la Aste Nagusia
A cualquier hora del día, siempre hay un rincón de Donostia en el que suenan trompetas o saxofones acompañados por percusión durante la Aste Nagusia. Las txarangas, con su inagotable energía, se han convertido en parte inseparable del paisaje festivo, al igual que los fuegos artificiales, los gigantes o los helados. Desde el disparo del cañonazo, y en ocasiones incluso antes, agrupaciones como Pasai, los Bebés de la Bulla, Gauerdi o Kita Del Pare llenan las calles de la ciudad de música, bailes y ambiente.
Este año, como en tantos anteriores, las txarangas han recorrido las calles de la Parte Vieja, el Centro, Gros o El Antiguo, avanzando despacio, rodeados de gente que se detiene para cantar y bailar. Muchas formaciones viven el verano de forma “intensa”, porque también acuden a fiestas de otros municipios. A pesar de eso, para la mayoría la Aste Nagusia es una cita marcada en rojo en el calendario. “Venimos de tocar en Pasai Antxo, Hernani o Azpeitia, pero la de Donostia es una fecha señalada”, afirma Ramontxo Vega, de la txaranga Pasai, que lleva ambientando las calles de la ciudad más de 30 años.
Del mismo modo, la txaranga Gauerdi ha vuelto a la Aste Nagusia para ofrecer dos actuaciones. Uno de sus componentes, Xabi Iriberri, confirma que la capital guipuzcoana es “uno de los mejores escenarios para sacar a relucir el trabajo de todo el invierno”. Para el saxofonista, la “conexión” que se crea entre los músicos y el público en Donostia no existe en muchos otros lugares.
“Venimos de tocar en Pasai Antxo, Hernani o Azpeitia, pero la de Donostia es una fecha señalada”
Ambiente
La mayoría de los txarangeros coinciden en que lo mejor de las actuaciones es el ambiente que se crea en cada una de ellas: una mezcla de vecinos, visitantes y turistas que se dejan llevar por el ritmo y se unen a las txarangas en sus recorridos. “Cuando alguien que está al fondo de la multitud termina acercándose a bailar, la música ha hecho su magia”, afirma José Julián Labrado, componente de los Bebés de la Bulla desde hace más de 15 años. La histórica fanfarre donostiarra mezcla tambores y bailes acompañados por la txaranga Beti Boga. La cita del Aste Nagusia es “sagrada” para Labrado, que explica que junto al carnaval es la única actuación en la que participa la agrupación.
El ambiente que rodea a las txarangas no es el mismo en el día o en la noche, y Aner Urdangarin, trombonista de Kita del Pare, confirma que la noche es “más joven y movidita”. La de Astigarraga es una agrupación relativamente nueva, y aunque ya toque en numerosos municipios de Gipuzkoa, su integrante no duda en que la cita donostiarra es “una de las más esperadas y especiales del año”.
Repertorio
Una de las principales características de las txarangas es que no tienen un estilo único. Su repertorio es una caja de sorpresas que se adapta al público que les rodea en cada instante. “Tocamos desde rancheras hasta reggaeton”, asegura Vega, quien califica a las txarangas como “un spotify en vivo” que puede saltar de un genero a otro al instante. Algunos temas se convierten en clásicos imprescindibles y perduran en el repertorio muchos años. A este respecto, Labrado, por ejemplo, cree que ‘Paquito el chocolatero’ no puede faltar en ninguna actuación. Otras canciones, en cambio, nacen y mueren en una sola temporada, o en dos. Este puede ser el caso de la ‘Potra Salvaje’, que irrumpió entre las txarangas el verano pasado y está por ver cual será su recorrido.
“La variedad es casi necesaria. El directo pide cosas como tener que adaptarte, improvisar, estar atento a lo que sucede…"
La variedad es “casi obligatoria”. Las agrupaciones deben leer el momento, la energía de la gente y hasta el lugar para decidir qué tocar. No siempre es fácil acertar, pero ahí reside parte de la esencia. “Mas que difícil, es necesario. El directo pide estas cosas, tener que adaptarte, improvisar, estar atento a lo que sucede…", afirma Iriberri. Además, aunque el ambiente sea festivo, no siempre es el mismo y puede variar si la actuación es por la mañana, por la tarde o por la noche. En opinión de Urdangarin, el día es “más tranquilo”, y la noche “más cañera”. “Cada vez nos vamos dando más cuenta de qué pide cada momento”, subraya.
"El ambiente no siempre es el mismo, el día es más calmado y la noche más movidita"
Las txarangas no solo animan a quienes se cruzan con ellas. También dejan huella en el día a día de bares, comercios y restaurantes que ven cómo su llegada transforma el ambiente. Con cada parada, los establecimientos ven como una oleada de gente cruza su puerta. “Cuando una txaranga hace ‘stop’ delante de un bar, es un reclamo perfecto para clientes”, asegura Iriberri. A menudo, las paradas improvisadas frente a una terraza se convierten en pequeñas fiestas que atraen a curiosos y a quienes allí se encuentran.
Detrás de tantas horas de música hay muchas ganas y disfrute, pero también organización y cansancio. Las jornadas, aunque sean festivas, pueden ser largas y exigentes físicamente. Sin embargo, la motivación de compartir música y alegría en un contexto tan especial como el de la Aste Nagusia donostiarra es lo que impulsa a las formaciones a repetir año tras año. Vega e Iriberri coinciden en que “sentirse escuchado” ya es agradable para cualquier txaranga, más allá de si el público se anima a bailar o no.
“Cuando alguien que está al fondo de la multitud termina acercándose a bailar, la música ha hecho su magia”
A un día de terminar sus actuaciones, los componentes de las diferentes txarangas confirman sentir “gratitud” por la acogida de las calles donostiarras un año más. El público “entregado y animado” que se suma a las melodías entonadas por las agrupaciones, ya es otra de las emblemáticas imágenes de la Aste Nagusia.
Mañana, cuando el piromusical ilumine la bahía por última vez, las últimas notas de las txarangas, con Joselontxos al frente, se mezclarán con el estruendo de los fuegos artificiales. Donostia pondrá fin a una semana en la que cada calle, plaza y terraza ha latido al ritmo de sus metales y tambores.