El 30 de septiembre de 1907, la Sociedad del Ferrocarril del monte Ulia apostó por una iniciativa muy novedosa para la época: la instalación de un transbordador aéreo en el parque de recreo que en aquel entonces había en Ulia. Así lo cuenta Laurentino Gómez en su libro Historia de los parques de recreo de San Sebastián a través de la tarjeta postal.

Este transbordador-funicular permitía hacer viajes aéreos de un punto a otro del monte y, de este modo, los usuarios tenían la oportunidad de contemplar mejor el panorama que desde aquella altura se avistaba.

La inauguración de este nuevo gancho turístico para la ciudad se celebró en 1907. A principios del siglo pasado, la capital guipuzcoana gozaba de una gran afluencia turística. Por ello, años tras año era necesario añadir nuevas atracciones, tanto para aquellos que se acercaban a la ciudad desde otros puntos, como para los propios donostiarras. El transbordador, único en su género, además de estimular la curiosidad de los donostiarras, atónitos ante semejante artilugio, incrementó el número de visitas al parque.

El acto de inauguración comenzó a las 16.30 horas de un día que había amanecido lluvioso y desapacible. Para la ocasión se habían trasladado hasta la ciudad el creador del nuevo transporte, el ingeniero Leonardo Torres Quevedo, y miembros de la Sociedad Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao, que se había encargado de la construcción. Además, no faltaron a la cita personalidades locales. Todos ellos hicieron el trayecto completo en el transbordador, y elogiaron la seguridad y sencillez del procedimiento.

Los visitantes y especialmente los donostiarras, muy orgullosos de contar con este peculiar modo de transporte, pudieron al día siguiente disfrutar de esta instalación. Los trayectos aéreos se realizaban en una barquilla metálica. Se iniciaba desde el punto más bajo próximo al restaurante, que en aquella época había en el parque de recreo, hasta una colina cerca de la Peña del Rey, en los límites de la propiedad, salvando una vaguada. De este modo, elevaba a los viajeros a una altura desde la que podían contemplar el paisaje. Aquellos que se aventuraban a probar esta novedad en Ulia, experimentaban algo parecido a viajar a bordo de un globo aerostático. El trayecto de 280 metros, con un desnivel de 28 metros, se prolongaba durante algo más de tres minutos y la barquilla tenía capacidad para embarcar hasta 18 personas en cada viaje.

Torres Quevedo, ingeniero e inventor 

Torres Quevedo comenzó a construir sus transbordadores aéreos en Portolín (Cantabria). La experiencia del ingeniero en este ámbito empezó en 1887, cuando construyó uno en su propia casa para salvar un desnivel de 40 metros sobre 200 de longitud. Para este primer intento, utilizó como motor dos vacas. En cuanto a los funiculares, el 20 de diciembre de 1887 registró un nuevo sistema de camino funicular aéreo de alambres múltiples, el mismo que utilizó para el transbordador del monte Ulia de Donostia. En 1890 presentó sin éxito su transbordador en Suiza, país muy interesado en estos ingenios debido a su naturaleza montañosa. Allí ya se utilizaban algunos funiculares para carga de bultos, pero, debido a problemas de seguridad, todavía no se utilizaban para el transporte de personas. Este inconveniente se solucionaba mediante un sistema múltiple de cables-soporte en el que se liberaban los anclajes de un extremo y se sustituían por contrapesos. Así, el diseño final era de una gran solidez y soportaba la ruptura de uno de esos cables. Prolífico creador, dejó una veintena de patentes en campos tan diversos como la ingeniería, la mecánica, la aeronáutica y la automática.

A la espera de conocer la aceptación de los visitantes, el precio del viaje de ida y vuelta se fijó provisionalmente en una peseta. Tal vez hoy en día el 30 de septiembre no se considera una fecha muy veraniega, pero a principios del siglo pasado en Donostia no se cerraba la temporada estival hasta finales del mes de octubre.

El transbordador aéreo de Ulia funcionó durante apenas 15 años. El éxito del parque de recreo del monte Igeldo hizo que el de Ulia fuera en declive y cuando éste quebró, el transbordador también dejó de funcionar. Un tiempo más tarde fue desmontado.

En 1916, Torres Quevedo ganó el concurso internacional para la construcción de un transbordador sobre las cataratas del Niágara en Canadá. Allí construyó una réplica al que se había fabricado en Donostia.

El Spanish Aerocar que aún hoy se desliza sobre el río Niágara, en Canadá, es el único transbordador de estas características que hoy en día sigue funcionando. Este funicular tiene una capacidad para 24 pasajeros sentados y 21 de pie. En sus 90 años de funcionamiento no ha tenido ningún accidente y de haber conservado el suyo, Donostia tendría un teleférico de gran valor histórico: uno de los dos únicos que habría en el mundo.