"Este Judo Club fue la única sala deportiva abierta a todo el público hasta la llegada de la democracia". Así lo asegura José Antonio López de Tejada, presidente del Judo Club de San Sebastián, cuya sede original está en el local de la calle Mari 5, donde en 1955 nació este club deportivo.

Por él han pasado "miles de donostiarras", especialmente de la Parte Vieja, el Centro y barrios cercanos. "Ha tenido un público popular, pero siempre ha habido respeto, obediencia al maestro y nada de 'macarrismo'", señala el responsable, que recalca que cuando se fundó el Judo Club, en Donostia existían instalaciones deportivas elitistas, como el Club de Tenis, pero no populares como lo fue este espacio deportivo desde su gestación.

El Judo Club de San Sebastián fue, además, el primero que nació en Euskadi, según señala la enciclopedia Auñamendi, que concreta que pronto llegaron los de Bilbao y Biarritz. En Gipuzkoa, el Judo Club de San Sebastián, además, fue el único durante una década hasta que se creó otro en Tolosa y el Sakura donostiarra.

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El local de la calle Mari, alquilado por la dueña del imponente edificio del muelle, la viuda de Valencia, presenta la misma decoración que cuando abrió, con sus paneles de madera y techos de la época, su vestuario algo anticuado y sus duchas tampoco muy modernas. Cuenta también con una sauna, predecesora de la que regaló el su día el cónsul de Finlandia. En sus vitrinas se aprecian las decenas de trofeos que han ido ganando los judokas donostiarras como testimonio de más de seis décadas de deporte.

El espacio cuenta con el cariño de quienes han pasado por allí y más ahora, cuando saben que solo les quedan cuatro años para poder seguir utilizándolo por finalización del contrato. Así lo sienten Dora Múgica, Maite Galañena y Pilar Aizpuru, que llevan desde hace 30 y 40 años practicando gimnasia de mantenimiento en el lugar "cuando no había ni polideportivos ni nada". Porque el Judo Club de la calle Mari siempre ha tenido también un hueco para otras disciplinas deportivas.

Aunque el germen de la calle Mari tiene los días contados, el club de artes marciales ha dado su fruto tras 67 años de vida. Hace quince años se abrió la sala de Artes Marciales del complejo de Anoeta, una imponente instalación con tres grandes tatamis de 500 metros cuadrados que sorprenden a muchos aficionados, y desde el mes pasado de mayo, el club ha dado un salto hasta el populoso barrio de Altza, donde creen que existirá interés en esta práctica deportiva.

Ahora, el Judo Club San Sebastián lleva la gestión del gimnasio creado en el complejo de la calle Casa Nao, una instalación que se abrió para dar un servicio deportivo alternativo al barrio mientras se construía el nuevo polideportivo de Altza y que, finalmente, será gestionado por el Judo Club San Sebastián.

Sin embargo, se siguen ofreciendo clases en el espacio de la calle Mari, un recinto desde el que se ve la bahía y que ha podido ser utilizado durante tanto tiempo por el club deportivo porque su dueña "no ha sido nada avariciosa".

EL JUDO LLEGÓ A DONOSTIA DE PARÍS

López de Tejada explica que el club fue fundado por Enrique Cuchy Badiola, un donostiarra que al volver de sus estudios en París y practicar allí artes marciales japonesas, se hizo profesor de la Agrupación de Judo de Gipuzkoa, de modo desinteresado. De esta primera asociación nació el Judo Club de San Sebastián.

Cuchy, además, se trajo de Francia los cinturones de colores, inexistentes en Japón, un novedad que había inventado un maestro con el fin de adaptar las clases de judo a los occidentales.

Según narra el presidente, muy cerca del local de la calle Mari existía un club de boxeo, que pertenecía a la Obra Sindical de Educación y Descanso, la institución franquista que impulsaba el deporte, y Cuchy consiguió que les dejaran un espacio para practicar judo. Un conocido se puso en contacto con el gobernador militar, que tenía muy cerca su sede (en el actual Palacio Goikoa), y les facilitaron mantas del ejército para crear un tatami, que se cubrió con una lona de toldos Iraola.

Sin embargo, llegó un momento en el que el edificio Valencia, donde estaba el gimnasio de la Obra Sindical, iba a ser vendido a una imprenta, por lo que los judokas se quedaban sin instalaciones. Por lo visto, la oferta de trasladarse con el gimnasio de boxeo a la calle Okendo 16, donde se había construido la sede de la Falange y se hallaba entonces la delegación del Sindicato Provincial Provincial, no agradó a los judokas.

Fueron a hablar con la viuda de Valencia y lograron una cesión o alquiler de una parte de aquel edificio que daba al mar y fundaron así el Judo Club de San Sebastián en enero de 1955.

El local fue transformado en sala de artes marciales por un arquitecto del Ministerio de Hacienda, que le dio el aspecto que tiene en la actualidad. Luego se reformó su frente, se eliminaron los barrotes de hierro iniciales y se colocó el actual ventanal de cristal, que no deja ver el interior de día para que los judokas puedan ejercitarse sin mirones. Pero la curiosidad siempre ha llamado a acercarse a los cristales "y estaban llenos de marcas de las puntas de las narices", recuerda con humor López de Tejada.

Ya desde sus inicios, el club de judo llamó la atención de la población donostiarra porque era distinto a los deportes que existían y además, había cierta curiosidad por lo exótico de Asia y la guerra de Corea, explica López de Tejada. El presidente agradece además el impulso de ciudadanos donostiarras como los Gomendio, Mariano Larrandia, Antxon Larrañaga, Pedro Gómez, Ramón Arregui, Angel Monreal y Rafael Laguna, entre otros pioneros de las artes marciales en Gipuzkoa.

Además, al situarse en un punto tan céntrico de Donostia, numerosas familias optaban por llevar a sus hijos a aprender una práctica sana tanto para el cuerpo como para el espíritu, que se fue difundiendo por Occidente.

Ahora, además del alumnado que asiste a clases en distintas sedes, monitores del club se acercan a dar clases de judo a colegios como La Salle, Amara Berri e Intxaurrondo y está en ciernes de hacerlo también en la ikastola Axular.