Donostia es por lo que fue y por el rastro que dejó en su historia más vivida, la de sus calles y plazas, todo el patrimonio arquitectónico que ha ido desapareciendo. De ello da fe la muestra La ciudad que perdimos. La gestión del patrimonio urbano en San Sebastián 1950-2017, que la asociación para la conservación del patrimonio cultural Áncora pone a disposición de los donostiarras en el convento de Santa Teresa hasta el 28 de enero, en el marco de la Bienal Internacional de Arquitectura de Euskadi, Mugak.

Quien se acerque a esta exposición, que puede visitarse los viernes por la tarde, todo el día del sábado y domingo por la mañana, se paseará entre sus recuerdos o los de sus padres o abuelos, repartidos por trecebarrios que toman la forma de 700 imágenes de 190 edificios, acompañados en algunas ocasiones de planos casi inéditos y una explicación bien documentada sobre sus características y su historia.

Pasearán por Altza, donde se encontrarán, por ejemplo, con la parroquia de San Luis Gonzaga, que se derribó en 1972 para posibilitar que se ensanchara la Variante, y se pararán ante la fábrica Duelas, de barricas de vino, que desapareció del mapa de la ciudad en 2003. Y posteriormente bajarán hasta Bidebieta, donde desde 1977 no está el palacio del mismo nombre, sustituido por una torre de 15 pisos.

Disfrutarán también de la brisa marina de un paseo de La Concha y Miraconcha lleno de edificios de gran belleza. Al mar asomaba el balneario de La Perla, que tiene gran presencia en la muestra gracias a una acuarela original de Ramón de Cortázar que sus herederos han prestado. Cerca, en la calle Zubieta, mostraba su elegancia el hotel Continental, que cerró sus puertas en 1972. Este edificio, proyectado por José Goicoa, fue calificado en su momento como la “joya de la hostelería donostiarra”. Tampoco permanecen ya en este privilegiado balcón sobre la bahía donostiarra villas de elegancia especial, como las que acogieron los hoteles del Marqués de Miraflores o el de los Condes de Lersundi.

Caminarán los visitantes entre fabricas, como aquellas que en su día colmaron de olores muy reconocibles las calles del barrio de El Antiguo. Allí estuvieron las fábricas de cervezas El León o la de jabones El Lagarto pero también la de Lizarriturry y Rezola, conocida con el nombre de La Providencia y que se puso en marcha en 1864 para elaborar, entre otros productos, bujías y parafinas.

Pocos serán los que puedan evitar no quedar prendados por el diseño primoroso de los edificios que en Loiola jalonaban el Urumea. Allí, en el eje entre este barrio y Martutene, quedan para el recuerdo nombres como los de las villas Lourdes Enea, Liborio Enea y Lopetedi, o los caseríos Tomasene y Etxeberri.

Siguiendo por este singular recorrido por el pasado de Donostia otra de las etapas puede ser la de Amara, donde era posible refrescarse en la antigua Casa de Baños, cuya fachada permanece guardada en los almacenes municipales; montar en tren la antigua Estación de los Ferrocarriles Vascongados, derribada en 1983, o acercarse al acueducto de Morlans, infraestructura de vital importancia en la ciudad construida en 1609 y cuyos restos se podían ver hasta hace pocos años. Santiago Errota, molino del siglo XVI, prestó sus necesarios servicios en la esquina de Catalina de Erauso con el paseo de Errondo, lugar donde se levantó, en el mismo siglo, el caserío Juanindegi.

El circuito puede llevar a los más curiosos hasta Ategorrieta para encontrarse con las clínicas San José y la del Perpetuo Socorro, las antiguas cocheras, proyectadas en 1910 por Ramón Cortázar, o la singular villa Chascomús, situada donde en la actualidad se encuentra el centro gerontológico San José.

Paso a paso el visitante puede también acercarse Aiete y al caserío Lazkano, Isturiz Etxe, la villa Arbaizacho o al, por tantos añorado, caserío Munto, que hasta 2013 escondía un lagar de gran valor.

Bajando por Aldapeta hasta el Centro una parada obligatoda es la del edificio de Correos y Telégrafos de Garibay 15 o la del elegante palacio Indo, situado en la calle Okendo. Curiosamente, la que fue residencia del banquero Miguel Sainz de Indo cedió el solar que ocupaba a la delegación de Hacienda, obra de José María de Iturriaga que data de 1965. De dinero se se sigue hablando al hacer referencia al Banco de San Sebastián, que nació en 1909 y que se ubicó en la avenida de la Libertad. El edificio desapareció en 1974.

Aunque muchos sean los que siempre las han ubicado en Miramón, las torres de Arbide se erguían, desde 1900, en el paseo de los Fueros, ubicación que abandonaron en 1973. Mención aparte merece también en el Centro, el mercado de San Martín, proyecto de José de Goicoa que se construyó en tres fases, la última en 1907, pero se destruyó en una única en 2003.

En Gros el Frontón Urumea, situado en Ramón María Lili, fue punto de encuentro en un barrio que también acogió el Hospital Civil de San Antonio Abad, derribado en 1960, o la plaza de toros del Chofre, cuya construcción finalizó en 1903.

Aunque los lugares en los que descansar en este entretenido recorrido por la historia son muchos. También se puede subir hasta Igeldo, donde se ubicó el caserío que adquirió Cristobal Balenciaga y constatar la ausencia del casino, que desapareció para ceder su puesto al Hotel Monte Igeldo. Fue Donostia una ciudad que acogió más de un casino, como el Kursaal de Martutene que, paradójicamente, se levantó donde se encuentra el convento de los Agustinos.

En la Parte Vieja, barrio que Alberto Fernández D’Arlas, uno de los artífices de la muestra, reconoce que es el que menos derribos ha tenido, sí se constata una ausencia muy notable, la de Alhóndiga de la plaza de Sarriegi, construida en 1828.

Todos estos nombres y muchos más son parte de una historia de desapariciones que en la muestra de Áncora arranca en 1950, fecha que, según Fernández D’Arlas, es clave en la cuenta atrás de lo que consideran una carrera de deterioro del patrimonio. En ella tiene que mucho que ver, a su entender, la aprobación del Plan General de 1962, punto de salida de “los peores desmanes urbanísticos” de la historia más reciente de la ciudad, que en 1973 tiene un año negro con el derribo del Kursaal o del hotel Continental, entre otros edificios.

Años más tarde, en 1977, se elaboró el primer Catálogo de Patrimonio de la ciudad, que protegía 36 edificios entre los que se halla, subraya Fernández D’Arlas, el del Bellas Artes. “Se calcula que se ha perdido un tercio del ensanche Cortazar”, explica quien también es artífice, junto con Eneko E. Oronoz, del catálogo de la exposición, a la venta al precio de 10 euros, cantidad que se destinará a la Fundación Etiopía Utopía.

en peligro En la exposición también ocupa un espacio relevante la llamada de atención sobre el patrimonio que Áncora considera en peligro, un lista que incluye las villas Almudena, Narcisa, Saga, Stella Maris, Zerutxo, Itxas Gain, el caserío Txanponenea, los viveros municipales de Ulia o el edificio del Bellas Artes. Cerca, en otro panel, un recuerdo al patrimonio que “sigue desapareciendo”, con las grúas como elementos que más se repiten.

Otra parte de la muestra se ha reservado a las reivindicaciones del colectivo. Todo un muro, bajo el título de Respuesta Ciudadana, sirve de lienzo a Áncora para colocar carteles y 5 pancartas. La historiadora Montserrat Fornell lo reconocía, pese a las protestas “nos han hecho poco caso”. Lo que sí se ha logrado es realizar una exposición profusamente documentada en imágenes en la que el patrimonio que ha dicho adiós al Centro, Miraconcha, Parte Vieja y Ensanche Oriental, Altza, Loiola-Martutene, Amara, Igeldo, El Antiguo-Ondarreta, Gros, Ategorrieta, Egia, Ibaeta y Aiete, vuelve a hacerse visible.

Asegura Fernández D’Arlas que la muestra quiere contribuir a “poner en valor el patrimonio que aún debemos conservar”, reflejando la transformación de la ciudad a lo largo de siete décadas. “No es un catálogo exhaustivo, sino una selección” en la que tienen cabida todo tipo de edificios, desde los religiosos a los residenciales.