"Nosotros estrenamos el seminario de Donostia y allí será donde pase los últimos días de mi vida"
Nacido en Ataun en 1933, con 78 años Bartolomé Auzmendi sigue "al pie del cañón" al frente de la parroquia de la Catedral del Buen Pastor. Este domingo a las 12.00 horas se realizará su misa de despedida dado que Auzmendi se jubila de su cargo pastoral
donostia. ¿Cuándo decidió que quería ser sacerdote?
En aquella época la fuerza del ambiente para ser cristiano y creyente era imponente. El ambiente en todas las casas en Ataun era muy religioso. Con lo pequeño que es, estábamos 17 seminaristas. Hoy en toda Gipuzkoa hay tres, más otros dos que van a empezar. Yo tenía una tía monja de la Presentación de María y el día de mi comunión, con siete años, después de la comida vino adonde mí y me dijo: "Ya eres un hombrecito y tienes que pensar en tu futuro. Tienes que pensar si quieres ir a la fabrika handia -en referencia a la CAF-, si quieres ser maestro, si quieres ser carpintero... Yo solamente te digo que si quieres ser sacerdote te regalaré este misal". Me enseñó ese libro con los cantos dorados, con piel de Rusia... Y entonces dije: "Yo quiero ser sacerdote".
¿Así le llegó la vocación?
He de decir que la vocación no es un flash que te echa del caballo. La vocación es en gerundio, se va haciendo.
Luego se trasladó a Donostia.
Con diez años en Ataun no sabía hablar castellano. Pero en Donostia, en el alto de Miraconcha en la villa San José, había un colegio en el que preparaban a aquellos niños que querían ir al seminario. Allí me llevaron. Entre los de clase, estaba el último en el vagón, porque no podía expresarme. Entendía todo lo que me explicaban, cosas que incluso ya sabía, pero al preguntarme no tenía capacidad de expresión para dar respuesta. ¿El sentimiento que me marcó sabes cuál fue? Que en aquellos años difíciles de la posguerra, mi padre estaba sudando tinta china para pagarme a mí ese colegio y yo estaba perdiendo el tiempo, porque aquello ya lo sabía.
¿Dónde inició sus estudios sacerdotales?
Entonces solo había una diócesis que tenía sede en Vitoria. Los guipuzcoanos teníamos un seminario menor en Saturraran para los tres o cuatro primeros años de aprendizaje de latín. Después, alaveses, vizcainos y guipuzcoanos nos juntábamos en Vitoria. En mi curso, con 16 años, entre todos, sumamos ciento y pico seminaristas. Los guipuzcoanos estuvimos cinco años en Vitoria. Cursamos cuarto y quinto de latín, lo que diríamos Humanidades y tres años de Filosofía. Para iniciarnos en Teología, en 1953, los guipuzcoanos vinimos al seminario de Donostia. Hicimos cuatro años de Teología y el 4 de agosto de 1957, nos ordenamos 27 sacerdotes.
¿Qué recuerda del día que le ordenaron sacerdote?
Me eché a llorar. Me faltaba el padre. Él trabajaba como gruísta en la fabrika handia de Beasain y su ilusión era ver a su hijo como sacerdote; además, yo era el mayor. Y en enero de 1957, trabajando en la grúa, tuvo un accidente y murió.
¿Y su primer destino fue...?
Zizurkil. Te puedes imaginar, un cura joven, de 24 años, en una iglesia nueva. Tuvimos una gran comunión, porque teníamos un fondo común todos en contra del franquismo. Ese era el denominador común de todos. Aunque ese factor no se ponía en primer plano, tuvimos mucha eficacia, hicimos una unión ilusionante y gratificante. Estuve 17 años allí.
Luego pasó a Lasarte.
En Lasarte estuve once años y fue una experiencia muy buena. Estuve en la zona de Zumaburu, era prácticamente Michelín. La inmensa mayoría de vecinos eran de Cáceres y Salamanca. Hicimos integración. Todos unidos construimos la iglesia de Zumaburu. Allí me di cuenta de que la gente sencilla y trabajadora de Michelín aportaba su óvulo, su colaboración, para hacer la iglesia. Y salió adelante con mucha fuerza: no de gente adinerada, sino de gente sencilla y trabajadora. Todos remaban en la misma dirección.
Después le tocó el turno a Donostia, a la Sagrada Familia. ¿Notó diferencia entre la capital y los municipios de Gipuzkoa?
Sí. Además, la Sagrada Familia tenía una connotación muy importante, porque se celebraban los funerales de los guardias civiles y policías asesinados por ETA. Eso marcaba mucho.
Por fin, desde hace 18 años, es párroco del Buen Pastor. ¿Qué experiencia ha tenido aquí?
Vine en septiembre de 1993. Intento hacer las cosas txukun, lo mejor posible. Para mí el objetivo fundamental es ayudar a creer. En espíritu intento ser cercano a la gente, en la tienda, en el comercio, cuando vas a hacer la compra. Es muy fácil meterte en el castillo y vivir aquí. Lo importante es el contacto con la gente. Eso te oxigena. Y ahí seguiremos, porque cuando me jubilo no lo hago de ser sacerdote, sino de un cargo pastoral. Yo ahora voy a ir a vivir a la residencia sacerdotal ubicada en el seminario diocesano. Nosotros estrenamos el seminario de Donostia y ese lugar será en el que pase los últimos días de mi vida.
¿A qué se va a dedicar cuando se jubile?
Continuaré con mi espíritu de servicio y el obispo, seguramente, me pedirá algún servicio. Yo estoy dispuesto a ello. Hoy no tenemos en las parroquias, ni en el clero, mucha plantilla. Así que estoy dispuesto a ayudar a cualquier parroquia. Y luego como cuestión personal, me gustaría andar, pasear y viajar.
¿Qué piensa de la sociedad donostiarra?
En la sociedad donostiarra y no donostiarra estamos construyendo una sociedad totalmente individualizada. Cada uno va a lo suyo. Una parroquia tiene que ser comunidad. ¿Cómo podemos hacer una comunidad cristiana si no tenemos comunidad humana?
Antes mencionaba la reducción de seminaristas. ¿A qué cree que se debe?
Padecemos las consecuencias de una poderosa secularización que debilita la vivencia y el testimonio de fe. Esa secularización salpica también, como un sirimiri, a los creyentes. El sirimiri te moja sin darte cuenta. El futuro de la fe está en la familia. En las familias tiene que haber un humus, un ambiente propicio. Si no hay humus, ¿cómo van a crecer las vocaciones?
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