a primera contrarreloj del Tour, disputada anteayer, mostró varias cosas: que el esloveno Pogacar está en plena forma; que los escaladores, Supermán López, Mas, Urán, Carapaz y Quintana, no han progresado suficientemente en esta disciplina; y que las caídas de los primeros días penalizaron mucho a las víctimas, como Thomas o Roglic. Esta última cuestión era una de las incógnitas de la etapa, pues viendo cómo el galés Thomas permaneció inmóvil en el suelo, con el hombro dislocado, y cómo Roglic disputó la etapa de la víspera vendado de arriba abajo, más el golpe seco que se llevó en la cadera, era previsible una importante merma de sus facultades. A tenor del resultado, este hándicap fue mayor para el galés que para Roglic, que se defendió bastante bien y que, haciendo gala de su buen humor, se describía como "la momia", por la cantidad de vendas que le tapaban el cuerpo.

La ventaja lograda por Pogacar es considerable pero no definitiva. No consiguió una diferencia estratosférica, como aquella de Indurain en la crono de Luxemburgo, que decidió el resto de la prueba, y tras la que fue tildado de extraterrestre. El líder, Van der Poel, en un alarde de pundonor, dejándose la piel en el asfalto, pudo mantener el maillot amarillo. Su rostro, rojo como un tomate, ilustraba el esfuerzo con el que se aplicaba en los últimos kilómetros. Alaphilippe no estaba inspirado y no recuperó el maillot que conquistó el primer día; no mostraba el estilo acoplado y el pedaleo constante que debe llevar un contrarrelojista, se le veía irregular, levantándose, arrancando, aflojando, y, sin embargo, no hizo un mal tiempo, lo que indica que tiene un buen estado de forma y que dará que hablar en las próximas etapas.

Una contrarreloj es el escenario idóneo para contrastar los distintos estilos de pedaleo sobre la bicicleta. Observando a los dos principales candidatos al triunfo en París, Pogacar y Roglic, se podía ver cómo, desde el principio de la crono, Pogacar arrastraba más desarrollo, con un pedaleo profundo, de mucho avance por cada vuelta de las bielas. Mientras, Roglic utilizaba un estilo con más cadencia, con menos avance por pedalada y buscando mayor agilidad. Pogacar se parecía más al estilo que tuvieron campeones como Hinault o Merckx; y Roglic se acercaba más al de Armstrong o de Froome, sin que fueran réplicas exactas. Los citados campeones, con sus buenos registros en contrarreloj, con sus triunfos, demostraron que la elección depende del corredor, de sus condiciones, de sus fuerzas, siendo ambos estilos muy válidos. Incluso un corredor como Armstrong utilizó los dos estilos a lo largo de su carrera.

El Armstrong anterior a padecer cáncer era un ciclista de grandes desarrollos, y con ese pedaleo obtuvo victorias como el campeonato del mundo, o etapas en la París-Niza y en el Tour. Después de superar el cáncer, que le tuvo apartado del deporte más de una temporada, operándose, tratándose y curándose, regresó convertido en un corredor distinto, más ligero. Decía que los agresivos tratamientos de quimioterapia le habían hecho perder mucha masa muscular, y que por eso optó por la cadencia, su famoso "molinillo", que le reportó sus principales éxitos. Llegó a declarar que se arrepentía del tiempo perdido, en su anterior fase, abusando de los desarrollos pesados, y aseguraba que su nuevo estilo era más eficaz.

Todavía nos quedan muchas batallas por contemplar entre Pogacar y Roglic, en las montañas, en la última contrarreloj. Al verlos, recordaba aquella pugna entre dos italianos, Coppi y Bartali, que dividió a Italia en dos en los años de la posguerra. Con la famosa foto en la que compartían un botellín subiendo un puerto alpino. Se gastaron cientos de páginas de diarios, litros de tinta, intentado demostrar quién era el proveedor del bidón, el más generoso. Aquí pasó algo similar, a menor escala, con Fuente y Ocaña. No conozco bien ese país, Eslovenia, del que son nativos Roglic y Pogacar, pero lo imagino también dividido en dos, entre los partidarios de uno y de otro. Es difícil, en un medio apasionante como es el deporte, el ciclismo, ser indiferente. Las razones de la predilección por uno u otro pueden ser variadas, tanto como lo es nuestra formación, nuestro carácter, nuestra ideología. Así, en aquella Italia, el país progresista, la Italia comunista, optó por Coppi, y la nación democristiana, conservadora, por Bartali. Sin que ellos hubieran fomentado esa división, ni hubieran manifestado abiertamente sus ideas. Coppi quería divorciarse de su esposa en un país en el que eso estaba prohibido, donde era tabú por la influencia de la iglesia; lo que orientó hacia él las simpatías de la izquierda, y por vasos comunicantes, a Bartali, un hombre solidario pero callado, que no alardeaba, le cayó el sambenito contrario. Con Ocaña y Fuente se reprodujo la división de las dos Españas, la del régimen franquista y la de la oposición.

No siempre son justos los impulsos que nos acercan o alejan de algún mito; pero la pasión desborda los límites y escapa de las ataduras de la razón. Por eso imagino a Eslovenia dividida en dos naciones, la de Roglic y la de Pogacar. La pasión es el sueño en lo emocional, y, como tomar partido, es buena para vivir intensamente, siempre que no termine en fanatismo.

A rueda

No conozco bien ese país, Eslovenia, del que son nativos Roglic y Pogacar, pero lo imagino dividido ahora mismo entre los partidarios de uno y otro