el Giro de 2018, el de hace tres años, todo el mundo recuerda la exhibición de Chris Froome en el Cole de Finestre, de camino a la meta en Bardonecchia. Y es normal. Aquella cabalgada en solitario del británico resultó histórica en sí misma. Pero conviene puntualizar también que, si en su día nos impactó tanto, fue porque, 48 horas antes, el rosa final parecía tener ya nombre y apellido: Simon Yates. El ciclista del Mitchelton había ganado tres etapas. No se apreciaban en él síntomas de flaqueza. Y dominaba la general habiendo superado las dos jornadas más peligrosas para sus intereses, sendas cronos de 10 y 34 kilómetros respectivamente. Sin embargo, en la 18ª etapa algo empezó a fallar, con motivo del final en alto en Prato Nevoso.

Fue un día de fuga. Un día en el que el alemán Shachmann levantó los brazos encabezando la escapada, cuya renta en meta fue de once minutos sobre el pelotón de los favoritos. Estos, conscientes de lo que esperaba el fin de semana, la gran traca final, ahorraron energías. Pero las arrancadas del último kilómetro dejaron al líder sin careta. Yates, implacable hasta la fecha, se dejaba medio minutito respecto a Dumoulin y al propio Froome. Y aquello supuso el principio del fin para el bueno de Simon, de violenta explosión en la siguiente jornada, la mencionada del Finestre. Le soltaron sobre la grava, a más de 80 de meta. Perdió 39 minutos. Y, lógicamente, perdió también todas sus opciones en la clasificación.

Entró en la leyenda lo que sucedió por delante. Con el a la postre vencedor del Giro saliéndose del mapa. Con Dumoulin y Pinot persiguiendo. Y con jugosas declaraciones tras la llegada. Meó fuera de tiesto el neerlandés, a quien no satisfizo el trabajo de Reichenbach como gregario del citado Pinot. “Baja los puertos como mi abuela”, criticó Tom. Y también resultaron polémicas las palabras de George Bennet cuando le contaron lo que había sucedido en la lucha por la general. “¿Ha hecho un Landis?”, preguntó irónicamente sobre Froome, con las sabidas connotaciones negativas que esto conlleva. Aquel viernes 25 de mayo de 2018 quedó, en definitiva, grabado en nuestras memorias ciclistas. Tengamos muy en cuenta, no obstante, que en todo lo entonces sucedido jugó un papel clave lo ocurrido el jueves 24. El líder que parecía un robot se hizo humano de repente. Y abrió así la veda para lanzarle ofensivas.

Uno asiste a la actual edición de la corsa rosa y no puede evitar relacionar la carrera de hace tres años con la que terminará el domingo en Milán. ¿Acabará Egan Bernal como lo hizo Yates aquella vez? Tampoco tiene esa pinta. Pero de momento los paralelismos se cumplen de forma puntual. Liderato indiscutible. Dos victorias de etapa más una segunda plaza en Ascoli Piceno. Un Giro aparentemente sentenciado. Y una mala tarde cuando los aficionados descartaban ya cualquier atisbo de emoción. Los 50 segunditos que el colombiano se dejó en Sega di Ala ejercen de aviso a navegantes. Y abren un nuevo panorama de cara a las etapas de hoy y mañana. También de cara a la contrarreloj final.

Ahora Simon Yates se ve en una situación diametralmente opuesta a la de 2018: puede remontarle la general a un líder aparentemente fatigado. Y no olvidemos tampoco al fiable Damiano Caruso, que por algo es segundo. ¿Qué van a hacer? ¿Se van a mover desde lejos? Están a tres y dos minutos del líder respectivamente. Mucho tiempo en teoría. Pero puede ser poco en la práctica. Si es cierto que el rendimiento de Bernal ha iniciado una curva descendente, la maglia rosa solo está a una mini explosión de perder el Giro.

Un autobús entero para ellos, dos coches, dos directores deportivos, auxiliares... Harm Vanhoucke y Stefano Oldani se estarán sintiendo estos días los corredores mejor cuidados del Giro. Son los dos únicos supervivientes del Lotto Soudal en carrera, porque durante el camino se han ido retirando Ewan, De Buyst, De Gendt, Goossens, Kluge y Marczynski. “Harm y Stefano no deben ser víctimas de esta situación. Vamos a continuar mimándolos como lo haríamos con todo el equipo”, ha declarado Mario Aerts, quien dirige a la escuadra en Italia. Su puntualización llegó el miércoles en una entrevista concedida al medio belga Sporza, durante la que explicó que parte del staff se ha marchado ya a casa pero que siguen en el Giro dos personas encargadas de transportar de un hotel a otro los colchones sobre los que duermen ambos ciclistas.

Dos años después de aquella caída durante el calentamiento previo a una crono, precisamente en el Dauphiné, Chris Froome encara desde el domingo una nueva edición de la prueba francesa. Cuando fichó por el Israel, aseguró que su objetivo residía en recuperar el mejor nivel y optar a conquistar un quinto Tour. Pero el rendimiento que ha ofrecido hasta la fecha, durante el camino hacia semejante meta, no ha resultado ni mucho menos fiable. Él no ha cambiado de discurso. Entre concentración y concentración, entre bloque y bloque de duros entrenamientos, ha seguido manifestando que el suyo es un proceso largo y que confía en que todo termine volviendo a su sitio. Pero si esos esperados brotes verdes no se atisban la semana que viene, no le quedará otra que olvidarse definitivamente del amarillo de París.