ablaba el otro día de las montañas ciclistas, de Jaizkibel, de Erlaitz; y Arrate, sobre Eibar, es otra de ellas. La subida a Arrate, escenario de hazañas de grandes escaladores, como Bahamontes, Poulidor u Ocaña, se fusionó con la Bicicleta Eibarresa, y, tras la crisis de los patrocinios, con la Vuelta al País Vasco para alumbrar una sola vuelta de categoría internacional en Euskadi, la Itzulia actual. Y la Itzulia adoptó el criterio de mantener la subida a Arrate como meta de la prueba, para heredar su prestigio. Eibar y la bicicleta son un binomio. Eibar fue la cuna de grandes marcas de bicis, porque la industria armera, tras la crisis de pedidos que siguió a la I Guerra Mundial, recicló parte de su producción hacia las bicicletas. Es el caso de las famosas BH, Orbea, GAC, Zeus, y también de marcas de componentes como Triplex. Así que Arrate y Eibar son parte indisoluble de la historia y la cultura de la bicicleta, no solo vasca, sino mundial. Cuando uno recorre las calles de Eibar, encajonada entre montañas, con endiabladas cuestas a un lado y otro, parece el lugar menos seductor para una bici, por su incomodidad. Es una perspectiva. Otra la da la bicicleta como vehículo para escapar, que antes ha tenido el revulsivo del sueño. Lo decía Imanol Arias, el actor, criado allí, contaba cómo, de chavales, cuando no podían salir del pueblo, se preguntaban con misterio: "¿Qué habrá detrás de esos montes?". Quizá ése también fue un estímulo para el desarrollo tan fuerte de la bicicleta en ese valle tan cerrado, el estimulo para explorar.

La etapa final resultó espectacular, de las que hacen afición. Y, a pesar de la victoria de Roglic, sostengo que no fue acertada la táctica de su equipo bajando Erlaitz. El Astana desató un ataque bajando Elosua, a más de sesenta kilómetros de meta. Roglic estuvo atento, y el Emiratos, con McNulty y Pogacar, no. Se abrió un pequeño hueco que no pudieron cerrar, y Roglic, en la subida más dura, Krabelin, se encargó, pletórico, de agrandarlo. Hizo todo el trabajo solo, más de treinta kilómetros a bloque, hasta la subida final de Arrate. Allí, Gaudu, un joven escalador francés, le tomó el relevo, con las posiciones inamovibles: el líder McNulty, destrozado, Pogacar sin fuerzas para llegar a la cabeza. Se hizo justicia, venciendo el más fuerte.

Observando a Roglic con el maillot verde vivo que portaba durante la etapa, me acordé de un artículo del año pasado, en plena pandemia, El olor de lostilos, cuando terminaba la primavera y el calendario de carreras aún seguía suspendido. Decía que los corredores se estaban perdiendo el olor de los tilos, de la eclosión de la naturaleza, con la fuerza con la que se percibe desde la bici. En esta Itzulia, me congratulaba de lo contrario, la Itzulia ha transcurrido en pleno éxtasis del verde, en un país con todos los colores del verde, como cantó Raimon, pero que ahora tiene un verde especial e irrepetible. El verde primavera de las hojas recién nacidas, de los brotes jóvenes, que se muestran como el esplendor de los nacimientos. Luego, pronto, ese verde ya no vuelve a verse hasta el año próximo, porque madura y se oscurece. Y ese verde lo han podido disfrutar los ciclistas en la Itzulia.

La etapa final, presentaba, antes de la subida al santuario, un paso por el puerto de Trabakua. Lo que ocurrió en la etapa con el líder abatido, el joven estadounidense McNulty, me proyecta al recuerdo de una carrera juvenil disputada en la cercana Ermua. Nos hicieron subir cinco veces Trabakua, de tercera categoría en la Itzulia, que, para juveniles, parecía demasiado. En esa carrera se escapó, casi de salida, Julián Gorospe, y venció en solitario, con una gran ventaja. Gorospe fue una gran promesa, lo ganó todo en las categorías inferiores. En la Vuelta de 1983, siendo un joven profesional, se colocó de líder, aguantando casi hasta el final. Parecía que esa prueba lo encumbraría como un gran campeón. Hasta la etapa de Ávila, y su puerto de Serranillos. El problema fue que, con su liderato, desafió a Hinault, el tejón. Y éste, ese día, se despertó inspirado. Le atacó sin piedad en Serranillos, y Gorospe se hundió. Esa derrota le acompañó siempre, nunca más estuvo en condiciones de ganar una vuelta de tres semanas. Algo se había roto definitivamente en su fortaleza psíquica. El duelo camino de Arrate, entre un campeón consagrado como Roglic, y el joven McNulty hundido, me evocó esa vieja lucha. Espero que no le pase factura y que McNulty sea el buen corredor que promete, sumándose a la lista de nuevas estrellas.

Ese día en Ermua, mientras Gorospe daba un recital, todo nuestro equipo, la JOCC-Orbegozo de Hernani, no estaba a la altura, y, por alguna razón, ninguno dimos la talla esperada. El entrenador quiso castigarnos por lo que, según él, era una muestra de indisciplina. No entendió que simplemente nos faltaban las fuerzas, olvidó que solo éramos juveniles, unos chavales en formación. Y quiso hacernos regresar en bicicleta hasta casa, 80 kilómetros a sumar a los de la carrera y a los cinco Trabakuas. Nos negamos. Entonces sí hubo una seria indisciplina.

A rueda

A pesar de la victoria de Roglic en la Itzulia, sigo sosteniendo que la táctica del Jumbo Visma durante la etapa de Hondarribia no fue la más acertada