- Caía la lluvia fría y cayó la cabeza de Jonathan Castroviejo, guillotinado en Roccaraso por Guerreiro. Derrotado el vizcaino por su propia ambición. Se entregó de tal modo Castroviejo, a pecho descubierto, sin blindaje, que se quedó deshabitado e inhabilitado cuando se trataba de ganar. Guerreiro, acomodado en la estela del vizcaino, esperó que Castroviejo sonara hueco por dentro para astillarle. Entonces, cuando escuchó el eco interior de Castroviejo, que solo atendía a su compás, arrancó el portugués para dislocar las esperanza del getxoztarra, que tuvo que ceder ante el cambio de ritmo del portugués, más explosivo que el vizcaino. Fue la crónica de una muerte anunciada. Castroviejo, un excelso contrarelojista, no cayó en la cuenta de que se estaba sacrificando en el altar y de que no solo competía contra el reloj. Olvidó el retrovisor y el mandato de las escuelas de ciclismo que determinan que siempre es preferible guarecerse a rueda para poder sorprender. Castroviejo no lo hizo. Lo pagó con creces. Le cobraron interés de la usura. Sin el reprís suficiente para el remonte, la idea del vizcaino era ahogar por asfixia a Guerreiro. “Fue un día súper duro y al final la victoria no fue posible. Con el frío y la lluvia nunca tuve buenas sensaciones. En el último tramo iba al límite. Lo intenté desde el principio de la subida pero Guerreiro estaba fuerte y no pude dejarlo, sabía que en el esprint era más rápido que yo”, argumentó el vizcaino.

Era el manual de estilo que empleó para deshacerse del resto de acompañantes de la fuga cuando atacó a seis kilómetros de la cumbre. Warbasse, Frankiny, Sepúlveda, O’Connor, Bjerg y Visconti cedieron una vez se adentraron en el núcleo de Roccaraso, un puerto extraño, empapado y tiritón. La ascensión exigía un alto ritmo. Era un puerto para pedalear y ser constante hasta darse de bruces con el último kilómetro, donde se subrayaba un desplome más propio de un rocódromo. El tramo de alta velocidad lo devoró el vizcaino con celeridad, sobre raíles. Guerreiro se agarraba de los hilos a Castroviejo, que exigía lo mejor del portugués, azorado y sofocado por momentos. Resilente, Guerreiro sobrevivió en la lavadora del vizcaino, que centrifugaba los pedales.

Castroviejo lo hizo todo bien salvo vestirse de ganador. El vizcaino concedió la rueda al portugués en una cima donde el viento azotaba de costado. Su esfuerzo resultó conmovedor. Guerreiro, que no le dio ni una miga de aliento, no le perdonó en cuanto se asomó cerca de una meta empapada. Refugiado en la espalda del vizcaino, le ejecutó sin miramientos. Arrancó y a Castroviejo le atrapó la zozobra y el desasosiego. Claudicó. Agachó la cabeza. Ese gesto elevó a Guerreiro a la felicidad. “Qué alegría lograr la victoria después de muchos segundos puestos en varias carreras. El equipo y yo merecimos el triunfo porque hemos hecho un buen trabajo desde el inicio entrando en la escapada”, argumentó el portugués. A Castroviejo le quedó la honra intacta.

Lejos de ese desenlace a dos, los favoritos se entretuvieron vigilándose en Roccaraso. Bizqueaban unos y otros. Mirándose de reojo como una partida de cartas. Nadie quería descubrirse antes de tiempo ni farolear. Por eso, como jinetes en la tormenta, se apresuraron a encadenarse para desprenderse de los grilletes en los aledaños de la cima. Roccaraso se concentró en un kilómetro, plegada la montaña sobre la arista definitiva. A Pello Bilbao le cortó un poco. Apenas unos segundos. Al gernikarra se le atragantó la cuesta definitiva. Le dolió el último tramo de la subida. Allí reinaron Kelderman y Fuglsang, que se adelantaron unos palmos sobre el resto de favoritos, muy parejos todos frente al espejo de la lluvia.

Kelderman, más explosivo que Pello Bilbao, le sisó la segunda plaza del podio al gernikarra. Apenas fueron una manecillas. Poca cosa para el Giro que resta. El vizcaino sufrió los rigores de las rampas definitivas, pero se mantiene en pie cuando la carrera echa pie a tierra y se toma un día de alivio. En la jornada de descanso el pelotón deberá pasar los preceptivos test PCR. Pello Bilbao continúa encaramado en la tercer cajón de la corsa rosa, a 39 segundos del líder Joao Almeida, al que le costó bracear para abrazar la corona de Roccaraso, donde su compatriota celebraba la victoria y Castroviejo masticaba la derrota. Demasiado corazón.

Clásica. El danés Mads Pedersen, campeón del mundo de fondo en carretera en 2019, logró ayer el mayor triunfo de su carrera al imponerse en la 82 edición de la clásica Gante-Wevelgem, de 232,5 kilómetros, al superar en el esprint al francés Florian Senechal y a los italianos Matteo Trentin y Alberto Bettiol, con los que llegó destacado a la parte final Pedersen, del equipo Trek-Segafredo, fue el mejor en el esprint con el que se resolvió una de las seis clásicas flamencas del calendario para sumar su decimoquinta victoria profesional, la más importante, y la tercera de 2020.

Novena etapa

JonathanCastroviejo

Pello Bilbao

Óscar Rodríguez

Víctor de la Parte

Clasificación general

Pello Bilbao

Jonathan Castroviejo

Óscar Rodríguez

Víctor de la Parte