ace algo más de un año, el mundo del deporte aceptó con resignación el aplazamiento de los Juegos de Tokio. Es la cita que justifica el esfuerzo de muchos años, pero, sencillamente, no quedaba otro remedio en pleno estallido de la pandemia del covid-19. Algunos planes se truncaron, otros se pospusieron con el deseo de que en 2021, con la situación sanitaria olvidada o al menos bajo control, la cita olímpica sería después de tantos meses de sufrimiento, de dudas y de estadios vacíos una fiesta, una celebración del deporte, como ha sido siempre, incluso por encima de triunfos y banderas. Pero nada más lejos de la realidad actual. El virus sigue campando por el mundo y, en concreto, Japón y Tokio han recibido el movimiento olímpico en pleno estado de emergencia y a tres días del comienzo oficial del evento aún no es posible asegurar que se vaya a celebrar, como admitió ayer Toshiro Muto, presidente del comité organizador.

Los casos positivos de covid se han disparado en el país e, incluso, han empezado a saltar entre miembros de la familia olímpica hasta superar ayer los setenta. Los Juegos, siempre sinónimo de alegría, diversión y comunión, se van a celebrar contra la población japonesa. "Cualquier decisión que se tomara habría tenido detractores", reconocen desde el COI y la organización, sometidos a los compromisos económicos y a la enorme inversión realizada. Esto no ha impedido que algunos patrocinadores relevantes hayan retirado su nombre de las zonas más visibles para preservar su imagen.

De esta forma, se han creado dos mundos en Tokio que no van a interactuar en estas dos semanas largas: el real y el olímpico, donde reinan las restricciones, los controles y el estricto cumplimiento de las normas sanitarias. Habrá competiciones en busca de las medallas, claro; habrá medios de comunicación que den cuenta de ello, por supuesto. Pero todo ocurrirá dentro de una burbuja gigantesca a la que muchos deportistas ya están acostumbrados y que para muchos otros de los más de 11.000 participantes será una novedad. Serán los Juegos de la emergencia sanitaria, pero también de la incertidumbre por conocer cómo responderán los atletas a la ausencia de público, a la imposibilidad de distraer la mente más allá del grupo más cercano y también cómo reaccionará el cuerpo cuando, en muchos casos, han faltado competiciones previas para medir los estados de forma.

Los deportistas, ellos y ellas, van a estar sometidos a una gran exigencia mental porque su paso por los Juegos puede ser visto y no visto. Aquellos que queden eliminados deberán abandonar la Villa Olímpica y el país como muy tarde dos días después. La mayoría han viajado vacunados, pero todos y todas han tenido que pasar dos pruebas PCR consecutivas con resultado positivo antes de viajar a Japón y otra a su llegada. Las distintas delegaciones han tenido que esperar no menos de cuatro horas en el aeropuerto para completar todos los trámites burocráticos, una tarea en la que los deportistas han contado con la ayuda de voluntarios. Los test de control van a ser realizados, al menos, cada cuatro días y en caso de algún positivo, sería aislado y, con seguridad, expulsado de los Juegos.

En la Villa Olímpica, esa meca a la que muchos atletas sueñan con llegar, las medidas sanitarias son muy rigurosas. Es preceptivo, como en todos estos meses, la higiene de manos y el mantenimiento de las distancias interpersonales, la mascarilla es obligatoria salvo a la hora de comer, algo que se ruega que se realice en solitario o en grupos reducidos y con pantallas de separación entre las personas. Solo se puede abandonar la villa para competir, entrenar o desplazarse a otras instalaciones olímpicas, pero para ellos deberán pasar un test de temperatura, que deberá estar por debajo de los 37,5 grados; nada de actividades de ocio ni utilizar medios de transporte público para evitar mezclarse con los ciudadanos locales.

La instalación en la villa de supuestas camas antisexo o el hecho de que se haya repartido dos tercios menos de preservativos que en Rio hace cinco años no dejan de ser anécdotas, pero que reflejan la doctrina que guía estos Juegos tan alejados del espíritu olímpico. Se pide a los deportistas que sean comedidos en las celebraciones, que los contactos se reduzcan al mínimo e, incluso, las ceremonias de premiación serán diferentes ya que nadie impondrá las medallas a los atletas, sino que tendrán que recogerlas ellos mismos. Ellos solo quieren competir, dar sentido a su trabajo, y parece que lo que se han encontrado "no es para tanto".

Aún se desconocen los detalles de la ceremonia inaugural del viernes, para la que no se ha establecido limitación de participantes, aunque se pidió a los distintos países que reduzcan al máximo sus delegaciones y sus miembros no deportivos. Y para los medios de comunicación, cuyo número se ha reducido de forma muy importante respecto a lo habitual, las restricciones son aún mayores ya que incluso antes de viajar a Japón se han tenido que someter a un seguimiento y a una vigilancia constantes que se mantendrán durante todos los días que estén en Tokio. Su labor será a distancia, como desde hace un año. "El virus está aquí y habrá contagios", asume Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español. Pero, ¿qué pasará si los casos saltan en plena competición y la adulteran? Así son los Juegos de la pandemia, de la emergencia y de la incertidumbre, si es que al final se celebran.

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pesa cada una de las medallas que reparten en los 33 deportes que componen los Juegos de Tokio. Han sido realizadas con 78.895 toneladas de basura electrónica y 6,21 millones de móviles reciclados tras las donaciones de la población japonesa.

Los deportistas solo pueden abandonar la villa para competir, entrenar o desplazarse a otras instalaciones olímpicas

"El virus está aquí y habrá contagios", asume Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español