A ver, que bajar a toda leche por la rampa tiene que causar una eléctrica descarga de adrenalina, y volar por los aires debe de ser una gozada. Pero es que luego hay que aterrizar. A ciento y pico metros del punto de salida. Y con un par de finas tablas que se empeñan -a tenor de las imágenes- en esperar a que lo hagas tú. Resuelvan ese mal trago final y esta modalidad deportiva tendrá más licencias que el fútbol.